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Corría el año 1991 cuando mi profe de tercero de EBG nos puso como tarea ver un capítulo de ‘Padres Forzosos’ para comentarlo al día siguiente en clase.

Yo, que era muy responsable, casi me echo a llorar allí mismo, rodeada de mis compañeros. Y es que el dueño de mi edificio, que era un señor tan majo como tacaño, se había negado a actualizar la antena. Por lo que en mi casa seguíamos teniendo solo La 1, La 2 y el canal autonómico.

Pero todo tiene solución, así que esa tarde me fui a ver la dichosa serie a casa de mi amiga Laura y fue ella misma la que me puso en antecedentes: la cosa iba de un presentador de televisión que acababa de enviudar y que terminaba viviendo con sus tres hijas, su joven y atractivo cuñado y su bonachón y atolondrado mejor amigo. Recuerdo pensar, cargada de prejuicios, que eso no podía salir bien.

Ese primer capítulo me flipó tanto que solo unas semanas más tarde conseguí — bueno, lo mismo lo consiguió la vecina del quinto, que tenía una mala leche que asustaba — que el bueno de don Manuel se dejase los cuartos en la antena y por fin pudiésemos ver los nuevos canales de la televisión privada en nuestra propia sala.

Y es que esa serie por sí sola justificaba la inversión.

¿Por qué?

¿Por qué ‘Padres forzosos’ es — y siempre será — la mejor serie familiar de la historia?

Pues por tantos motivos…

 

  • Para empezar, hay que reconocer que tiene un lugar especial en nuestros corazones porque fue la primera sitcom familiar de éxito que vimos los españoles. Con su decorado sin pretensiones y sus aplausos y risas enlatadas.

 

  • Porque nos presenta una familia atípica que, de un modo extrañamente creíble, consigue resultar no solo funcional, sino maravillosa y perfecta.

 

  • Por esa canción de cabecera pegadiza y resultona que, sin tener ni papa de inglés, canturreábamos todos. Evrigüer yu luk, evri na nana, nanana, nanana, nananananaaa…

  • Porque es una serie coral y variopinta en la que el protagonismo está repartido equitativamente entre todos los personajes, de manera que casi todos nos sentiremos identificados de algún modo con uno de ellos. Los padres y madres se reconocerán en las cuestiones relacionadas con la crianza. Los solteros con las peripecias de Jesse, Lori o Joey. Los chavalines con DJ, Kimmy y, más tarde, Steve. Y los pequeños de la casa con Stephanie y Michelle.

 

  • Por el humor sencillo, inocente, tierno y divertido con el que se enredan las tramas episodio tras episodio.

  • ¡Los abrazos! Los montones de abrazos en pareja y abrazos en grupo. Porque a veces resulta reconfortante sentir que un abrazo puede curar, aunque no sea siempre cierto.

 

  • Porque los personajes crecieron con la serie, en el caso de las niñas, literalmente. Sobre todo Michelle (interpretada por las celebérrimas gemelas Olsen). Y conforme las niñas se fueron haciendo mayores, las tramas, la audiencia y la crítica, lo hicieron también.

 

  • Por el tío Jesse, ese rockero malote, seductor y más tierno que un bizcochito Milka.

  • Por Kimmy Gibbler, porque los personajes histriónicos y disparatados son como el guacamole a los nachos. Y Kimmy es una loca entrañable y encantadora.

 

  • Porque desde que las gemelas Olsen empezaron a hablar, solo salen puntazos de sus boquitas de piñón.

 

  • Por la relación de DJ y Steve, una de las parejas más cuquis de los 90.

 

  • Por poner en valor a la familia por encima de todo y por enseñar que existen muchos tipos de familias.

  • Y porque es una serie atemporal que podremos poner a los niños durante décadas sin miedo a fallar.

 

En definitiva, porque esta suerte de adaptación de ‘Tres hombres y un bebé’ elevada al cubo, edulcorada al límite y adaptada al público más joven de la casa, forma ya parte de los recuerdos de toda una generación.

Y puede que ahora que la vemos con los ojos de un adulto, nos resulte demasiado empalagosa, ñoña y fantasiosa, pero nuestro niño interior sonreirá desde el rincón en el que lo tenemos atrapado.

Y si tenemos hijos, la disfrutaremos de nuevo a través de ellos como si fuera la primera vez.