Antes de nada quisiera comentar que no me gusta mucho este término, pero negar que existen los pagafantas también es negar una realidad.
Yo NUNCA he sido una tía interesada, que conste. Jamás me he fijado en un tío por su pasta, y creo que ese ha sido el problema. Porque, a ver, una no es una interesada, pero que te inviten a algo o te regalen alguna cosita también mola, pa’ qué nos vamos a engañar.
Sin embargo y, como siempre, a mis amigas no les pasaba lo mismo. Les tocaba cada pagafantón que yo no dejaba de flipar.
Recuerdo uno de una vez que salimos de fiesta. Lo que hacíamos era vender las copas que venían con la entrada de la disco para no gastar un duro en salir. Así, de paso, teníamos excusas para acercarnos a los maromos y ejercer un primer contacto. Y es que la pobreza desarrolla el intelecto, amiguis.
Nos acercamos a un tío, pero el chaval no quiso comprarnos las copas, así que nos dirigimos a otro posible comprador. Pero él nos paró. Nos dijo “Esperad, no os vayáis. Quedaros aquí. Tomad los 20€ anda, y quedaros con las copas de la entrada. ¿Cómo os llamáis?”.
Error.
Pude vislumbrar el símbolo del dólar en los ojos de mis amigas.
PAGAFANTAS DETECTED.
Y efectivamente. El colega no sólo nos dio 20€ por la cara, si no que nos invitó a 3 rondas de copas a cada una, y éramos dos. Flipante. De las mayores cogorzas que nos hemos metío. Encima, antes de irnos logramos vender aquellas copas de la entrada así que nos fuimos con 20 euritos cada una a casa. No me ha salido una noche más rentable en mi vida.
Otro que recuerdo es “El socio”, uno que estaba loquito por mi prima. Mi prima nunca le dio pie a nada romántico, ni tonteó con él, ni le insinuó nada. Tanto ella como mis otras amigas solo se dedicaban a reírles las gracias a los pagafantas y a ser amables con ellos. Nada más.
Pues bien, mi prima y él se conocían de antes y se veían de vez en cuando, con más amigos.
Un día, nos fuimos a la playa para celebrar la noche de San Juan, con su botellón y esas cositas. La compra alcohólica la hizo mi prima con otra amiga, y cuando llegaron y les pregunté se les había olvidado lo más importante: mi alcohol, ya que ellas bebían Ron, y yo Vodka, como las campeonas.
“Muy bonito” les dije, y mi prima sacó el teléfono y dijo “tsss, no preocuparse, que llamo al socio y esto se soluciona rápido”. A mi me dio cosa que molestase al chaval y encima para eso. Tampoco creía que fuese a colar ni de coña. Se lo dije, pero ella insistió en llamarle.
“El socio” no había sido invitado a aquella quedada previamente. “El socio” vivía en otra ciudad a hora y media, o un poco más, de donde estábamos. Pero mi prima lo llamó con todo su papo para decirle que viniera a traerle a su prima una botella de vodka, que se le había olvidado, y ya de paso quedarse con nosotros de fiesta. Así tal cual, la colega.
Poco más de dos horas más tarde, justo después de cenar cuando ya íbamos a arrancar la noche, “El socio” se presentó allí, con tó’ sus huevos gordos. No sólo me había traído una botella de vodka sino que además era DE MARCA DE LA MEJOR CALIDAD. Con sus hielos, su vaso y todo. Nada más llegar me dio la botella y las cosas y se dispuso a hablar con mi prima y compañía.
Yo me quedé loquísima, sentada en mi toalla en la arena, sosteniendo mi botella de vodka y con la boca abierta durante 5 minutos mirando al mar. Dios bendiga al señor de los pagafantas.
Otro que recuerdo es a Alex, un fiel amigo y mayor seguidor de mi amiga Laura. Alex llegó a tirarle los tejos a Laura, cosa que ella rechazó y le ofreció su amistad. Así que nada, allí estaba Álex, su amigo y taxista personal. La llevaba (y nos llevaba también a veces) a todos los sitios que Laura quisiera. Y la recogía. Sí, sí. La recogía.
Una noche, estábamos de fiesta en una discoteca de un pueblo a media hora de mi ciudad. Eran las 4 de la mañana y teníamos ganas de irnos, pero como no teníamos coche teníamos que esperar hasta las 5 a que saliera el primer autobús especial de la discoteca que nos dejaba de vuelta en el centro de la ciudad, y nosotras nos quisimos morir. Laura dijo que iba a hablarle a Álex para que nos recogiera.
“¿Estás loca? Jajaja ni en tus mejores sueños, tía. El pobre chaval estará dormido y como lo llames para eso va a flipar y te va a mandar a la mierda, so jeta” dije.
A la media hora o así estábamos todas en el coche de Alex, yendo para nuestras casitas. En la misma puerta me dejó. Mi cara de Póker fue alucinante.
Y ahora viene la historia de mi pagafantas personal: ah, no, que nunca existió. Todo lo que recuerdo de aquella época es que estuve conociendo a un chaval, hijo de los dueños de varios locales famosos de mi ciudad. El colegui estaba montado en el dólar, me enseñó su casa, su finca, y casi le faltó poco para presumir mostrándome su cuenta bancaria también. En una de las primeras citas, se me olvidó la cartera y él me pagó el café. Le dije que se lo devolvería a la próxima, que aquello no fue intencionadamente. A la siguiente cita, yo toda formal fui a devolverle el euro veinte que le debía.
Y me lo cogió.
En tres meses que estuve conociéndolo, no me invitó ni a agua en su casa.
También tuve varias citas de Tinder, pero la mayoría de veces pagábamos a medias (cosa que me parece bien, ojo, pero estamos hablando de otro tema). Alguna invitación por cortesía me llevé, eso sí, algo es algo.
En fin, que yo no sé como lo han hecho las demás, pero a mí nunca me ha tocado un pagafantas. También es verdad que mis amigas le han echado mucha jeta, y los pagafantas muy poca dignidad. Supongo que, total, al final, se acaban juntando el hambre con las ganas de comer.
Juana la Cuerda