Desde hace algunos años, se viene hablando mucho más acerca de las emociones. Parece que vivimos en un siglo en el que es más fácil expresarlas, pero lo que aún no hemos conseguido es, sin duda, gestionarlas. ¿Es esto tan importante? ¿Por qué no puedo dejar simplemente que las emociones me arrastren a donde quiera que sea que vayan a parar?

El año pasado, en mitad de la pandemia mundial que todos vivimos, las emociones tomaron muchas formas. Algunos se acurrucaron en nosotros negándose a salir, haciendo su propia cuarentena. Otras explotaban a cada paso como si fuesen volcanes de energía que residen dentro de nuestro cuerpo. Y ya hablábamos de emociones, ya éramos hijos e hijas de estos años modernos en los que sentir no es un pecado, pero seguíamos sin entenderlas y, mucho menos, domarlas.

Si a un adulto medio ya le cuesta manejar sus emociones en el día a día, no me quiero imaginar cómo debe ser este proceso en un niño o en una niña. O, por el contrario, podemos preguntas: ¿Tienen ellos, quizás, más herramientas para conseguirlo?

La leyenda de Oxfordshire, un cuento de fantasía escrito por la farmacéutica especialista en coaching infanto-juvenil Esther Jiménez, hace hincapié en esta gestión emocional en niños, jóvenes y adultos. En él, sobre todo, se da mucha relevancia a nuestras carencias lingüísticas para nombrar lo que sentimos. Somos capaces de escribir un Premio Nobel, pero no sabemos expresar qué es el miedo con palabras.

Según la autora, además, no nos paramos a preguntarnos en nuestro día a día algo tan sencillo como «¿Qué estoy sintiendo en este momento?». Y, dado que los niños tienden a imitar a los adultos, no adquieren ellos tampoco este hábito lo que, unido a un escaso vocabulario emocional, puede llevarlos a convertirse en adultos que, como la mayoría, no saben gestionar sus emociones.

Muchas veces, tras un comportamiento disruptivo, hay una emoción oculta. Dice Esther Jiménez: «Los adultos estamos viendo el pico de un icerberg, pero ¿y la parte que no vemos? Tendemos a poner la mirada únicamente en el niño y a recriminarle, por ejemplo, que siempre esté enfadado, pero nunca nos preguntamos qué sentido podría tener que esté enfadado. Qué significa eso».

La autora va mucho más allá. Nos reta con La leyenda del Oxfordshire a comenzar el cambio en nosotros mismos, de manera que si somos capaces de comprender qué emoción se encuentra tras nuestros comportamientos o qué sentido tiene para nosotros, por ejemplo, explotar de ira, estaremos preparados, también, para enseñar a nuestros niños y niñas a lidiar con sus propias emociones.

A continuación, se desarrollan algunas propuestas para trabajar con niños y niñas las emociones, entendiéndose por niños y niñas cualquier edad 😉

  • En primer lugar, tomamos como lectura La leyenda de Oxfordshire de Esther Jiménez y compartimos reflexiones a medida que se avance en la historia. Cualquier reflexión que surja sobre el argumento para no forzar los ejercicios emocionales de forma abrupta.
  • En cada capítulo, nos podemos preguntar: ¿Qué emoción está sintiendo el personaje principal? Y debemos evitar caer en decir cosas como «Se siente bien» o «Se siente mal». Procuremos ser específicos.
  • A continuación, llevemos esa emoción del personaje al plano personal. ¿Me he sentido yo así alguna vez? ¿En qué situaciones?
  • Para aprender que las emociones son también muy físicas, se puede prestar atención a la parte del cuerpo en la que se siente más una emoción concreta. ¿Me duele la garganta cuando me enfado? ¿Me late el corazón más deprisa con unas emociones y con otras no? Si está ocurriendo en el momento presente, podemos animarnos o animar a nuestro niño o niña a que se abrace esa parte del cuerpo, a que se acaricie… Al fin y al cabo, a que acoja esa emoción.
  • Y, en el momento en que seamos capaces de pillar infraganti a una emoción en nuestro cuerpo, podemos tomar papel y lápiz y pintarla. ¿Qué forma, color, tamaño… tiene mi emoción? Al lado, siempre, poniendo el nombre de qué emoción estamos sintiendo para empezar a usar ese fabuloso vocabulario emocional.

Si conseguimos expresar las emociones y, además, gestionarlas, entenderemos algo fundamental: Las emociones no son ni buenas ni malas, sino que pretenden transmitirnos un mensaje y ¡está en nuestras manos aprender a traducirlo!

PUEDES COMPRAR EL LIBRO AQUÍ

Eva Fraile, psicóloga, agente literario, asesora editorial, creadora de proyectos creativos para escritores y editora de La Reina Lectora.