Hace unos años por Halloween me disfracé de madre-soltera-que-tiene-citas.

Después de madre-a-la-que-le-pisan-lo-fregao, no hay nada que de más miedo. Por lo menos a los hombres solteros en busca de rollito/relación/lo que surja.

Las chicas como yo somos lo seres más terribles de la noche.

Me lo tomo a broma, pero en realidad lo digo muy en serio.

Recuerdo una cita tediosa que tuve hace muchos años.

Estaba siendo tan, pero tan horrible, que en un momento dado le dije al chico que debía avisarle que no podíamos enrollarnos, porque creía que tenía una enfermedad venérea y estaba pendiente de ir al médico a confirmarlo.

Su mirada no reflejó ni la mitad de la mitad del pavor, rechazo y decepción que he visto en los rostros de los chicos con los que he salido al revelarles que tengo un hijo.

Hubo un tiempo en el que me daba igual. De hecho, si me apetecía estar con un hombre, omitía esa información y pista. Conocía a alguien, salíamos, pasábamos un buen rato y adiós muy buenas.

Hasta que me cansé, me compré un par de juguetes sexuales y pasé de rollos y estampidas.

Y todo bien.

Más o menos, porque de pronto me apetecía volver a relacionarme con el género masculino. En sentido romántico, quiero decir. Sentirme deseada, gustar, tener esa ilusión de estar con alguien, hacer cosas en pareja…

De modo que decidí concederme un período de prueba para tantear el terreno y comprobar por mí misma si lo que deseaba era alcanzable o si debía renunciar definitivamente.

Para lo cual tracé un ambicioso a la par que extraño plan que llevar a cabo.

 Quedé con tres tíos sin decirles previamente que soy madre… y esto fue lo que pasó.

 

  • CITA 1. Fuimos a tapear por la ciudad vieja, paseamos, hablamos de la vida. Poco antes de medianoche le dije que tenía que irme y él me pidió que fuéramos a su casa a tomar la última. Me besó, nos magreamos un rato. Insistí en que tenía que irme y, con un puchero, me pidió que le prometiera que repetiríamos pronto. Claro. Volvió a besarme y me zafé advirtiéndole que debía irme porque le había dicho a la canguro que estaría en casa antes de las doce y media. No pidió explicaciones, fingió que no le afectaba. Pero no hubo más besos. Quedamos en hablar y… sigo esperando.

 

  • CITA 2. Este chico me propuso ir a la playa. Él llevó los bocadillos y yo la bebida y algo de fruta. Fue una cita rara, diferente, pero lo pasamos muy bien. Charlamos, me habló de sus cosas y sus planes. Yo me hice un poco la loca. Me dejé llevar. Era una playa apartada y con dunas. Con un atardecer precioso. Confieso que nos lo montamos allí mismo. Insistió en llevarme a casa después, accedí y cuando nos despedíamos le dije que me había olvidado de comentarle que tenía un hijo. No ocultó la sorpresa, pero le quitó importancia y me dijo que le llamara para volver a vernos. Me avergüenza admitir que le llamé, y que no me cogió el teléfono. El chaval me había gustado mucho, no obstante, había sido consciente desde el minuto uno de que era un espíritu libre. Uno de esos que no se atan a nada, mucho menos a una mujer con un niño de otro.

  • CITA 3. Me invitó a cenar en un restaurante japonés al que le tenía ganas, pero al que no había ido todavía porque mi niño odia el pescado. Esa cita me pilló en un día de esos en que no tienes el chichi para farolillos. No estaba de buen humor, la verdad. Él fue muy agradable todo el rato y se esforzó por ser cordial y divertido a pesar de que yo no estaba por la misma labor. En los postres me dijo que le gustaría que nos volviésemos a ver y que me tocaba escoger plan. Entonces le dije que no se preocupara, que yo era una tía complicada y que además tenía un hijo. Que ya podía salir corriendo porque entre eso y que le había dado la cena con mi actitud, lo comprendía perfectamente… Pues resultó ser uno de los pocos chicos a los que mi condición de madre no les suponía un problema. Me volvió a llamar, quedamos más veces y un día me di cuenta de que estábamos saliendo formalmente. ¡Quién me lo iba a decir!

 

Pero, aunque mi experimento terminó ahí, lo cierto es que las conclusiones tardaron en llegar.

Las ganas de tener algo especial tapaban el hecho de que Cita 3 era un buen tipo y me trataba muy bien, pero no era para mí.

Una semana después de romper recibí una llamada de un número que ya había borrado de mi agenda.

El chico que había decidido volver a llamarme y explicarme que había temido no ser suficiente para una mujer que tenía un hijo, sí que me volvía loca. Lo supe en nuestro siguiente encuentro, aunque lo había sospechado ya una tarde de sol y arena.

La vida da muchas vueltas, y Cita 2 ya había dado suficientes como para saber que quizá era el momento de dejar de girar sin control.

Y aquí estamos después de algo más de dos vueltas al sol mi niño, mi chico y yo.

 

Anónimo

 

 

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