Sé que lo que voy a confesar aquí me convierte en una mala madre nivel dios y me da igual.

A estas alturas de la película ya he aceptado lo que siento y sé que no miento cuando os digo que quiero a mi hijo, pero si pudiera volver atrás habría elegido no tenerlo. En fin, ya lo he dicho.

Ahora es cuando digo que la que nunca se haya sentido así, que tire la primera piedra. Aunque mejor no lo hago, porque me lapidarían en cuestión de segundos.

Sé que no a todas las madres les pasa lo mismo que a mí, que somos pocas, pero somos. Existimos. Hay miles de mujeres arrepentidas de ser madres. Mujeres que no por ello aman menos a sus hijos que las demás.

Somos madres que, pese a adorar a sus hijos, son conscientes de que, si pudieran volver atrás, si pudieran meterse en una máquina del tiempo y viajar al pasado para cambiar sus elecciones con la absoluta garantía de no recordar nada… decidirían no tenerlos. En mi caso por muchísimos motivos que no me planteé ni por un segundo antes de concebir.

Yo no busqué el embarazo, si bien tampoco lo rechacé cuando me hice el test y vi las dos rayas en la ventana de resultado. No entraba en mis planes en aquel momento, ni siquiera estaba segura de si quería ser madre en un futuro o no. Creía que sí, casi podría jurar que sí.

El tema era que ya estaba embarazada. Y como tenía pareja estable y nuestra situación económica era buena, no me cuestioné nada más. Al menos hasta el bofetón de realidad que supuso la crianza.

No supe lo que había hecho hasta muchos meses después de parir. Años incluso. Porque al principio le echaba la culpa a la depresión posparto, a lo de ser primeriza, al simple cansancio… Tardé muchísimo en darme cuenta de que lo que me hacía infeliz era la maternidad en sí. La maternidad y todo lo que conlleva: Las renuncias, el agotamiento, la carga mental, el estrés, los miedos, la pérdida de libertad y, entre otras mil cosas, esa sensación de que nunca llego a todo y de que lo estoy haciendo con el culo.

Como la de la mayoría de la gente, mi vida no ha sido sencilla ni ha estado exenta de situaciones de mierda. Pero nada ha sido comparable a lo que la maternidad ha supuesto para mí. No ha sido solo ese giro de 180 grados que todos sabemos que vamos a dar cuando nos convertimos en padres.

Es que, yo concretamente, no tengo ninguna duda de que tener a mi hijo ha mermado mi calidad de vida y me ha alejado de la felicidad. Así de mal suena, así de mal me siento.

Y, al mismo tiempo, siento que le quiero más que a nada y que él no tiene ni la más mínima culpa. Porque no la tiene. La tengo yo, que decidí tenerlo sin pensar en las consecuencias. Por eso, si pudiera volver atrás, elegiría no tenerlo.

 

Anónimo

 

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