Sin haberla vivido ni tener intención de hacerlo, no me cabe duda de que la experiencia de la maternidad es la más intensa y transformadora que cualquier persona puede tener en la vida. Cada cual que decida si la quiera pasar o no.

Escucho y observo a las mujeres de mi entorno. Me gusta conocer sus historias y experiencias. De todas ellas, hay algunas que me llaman especialmente la atención por el cambio tan brutal que han deparado.

1. De no entrar a no salir

Tenéis en mente el perfil de fiestera irredimible, vida nocturna, afters y larga lista de conquistas de una noche, ¿no? Así era ella. Así era una de mis amigas hasta que se quedó embarazada y tuvo a su primer hijo, y al segundo muy poco tiempo después.

La maternidad se la ha tragado. Ahora solo habla en el grupo cuando hay que opinar sobre crianza, se borra de cualquier plan antes de saber de qué irá la cosa y no sale si no es para ir a A) colegio, B) compras, C) parque y D) casa de su madre.

El caso es llamativo por haber sido tan radical y tan repentino, no es cosa del cambio de hábitos que requiere la maternidad. No entro en lo que ha supuesto para ella a nivel emocional. Se queja continuamente de que siendo “mamá doble” no puede salir, pero adora estar con sus hijos.

2. De compartir a acaparar

Otra de mis amigas era la más “niñera” del mundo, una de esas personas que interactúa con todos los niños, sea cual sea su edad y su personalidad. Su plan predilecto para sus días libres era cuidar a cualquier pequeñajo que le “prestaran”, fuera una primita, el niño de una amiga o un vecinito.

Siempre tuvo claro que quiso ser madre, pero a la pobre le costó muchísimo quedarse embarazada. Lo consiguió después de muchos sinsabores y un agujero en su economía y en su estado emocional. Ahora define a su Antonio como “su vida entera” y lo tiene en una burbuja.

Ha pasado de cuidar a niños de otras personas a no dejar que el suyo se junte con nadie. Le sobra todo el mundo, incluso el padre de la criatura, que es su pareja. No le gusta recibir visitas. Ya ha tenido problemas con la familia política, incluso con la suya propia. El niño no puede estar en un radio superior a 20 m² de donde ella está, si no es estrictamente necesario. Se da de baja por ansiedad cuando el niño se pone malo, para poder cuidarlo.

No soy nadie para juzgarla, ella sabrá lo que ha pasado. Si ese nivel de acaparamiento y posesión es bueno o no para ella misma y para el niño, solo lo dirá el tiempo.

3. De “estos son mis principios” a “pero también tengo estos otros”

Otra de mis amigas es el vivo ejemplo de eso que dicen: “Cuando seas madre, comerás huevo”. Es una constatación de que no se puede ser taaaaan integrista, porque luego tienes que meterte la lengua por donde sale la caca. Como me pasaría a mí si los tuviera, no me escondo.

Mi amiga criticó por delante y por detrás todo lo que oliera a roles de género en niñas, desde los muñecos al uso del rosa y los vestidos de princesa. Cuando nació su hija, le abrió agujeros en las orejas para, supuestamente, evitarle un dolor mayor el día de mañana.

Ella, tan moderna, tan abierta y tan contundente a la hora de expresar sus principios, se la pasaba diciendo que había que normalizar la sexualidad adolescente y hacer pedagogía. Ahora se lleva las manos a la cabeza con cualquier anécdota menor y prefiere negar la mayor: “Mi hija no hará eso”, se consuela.

4. De caprichosa a renunciar a su identidad

También es llamativo el caso de otra que, desde muy joven, montó su propio negocio y se hinchó a ganar pasta. Cuando no teníamos edad ni de saber qué queríamos, ella sabía que lo quería TODO. El primer smartphone fue el suyo, y la primera depiladora láser, y la primera máquina de cavitación, y el primer tratamiento de keratina de cientos de euros, y un largo etcétera.

Cuando empezó a buscar descendencia, cerró su negocio. Ahora le importan un pimiento el dinero, la imagen personal o los planes que tenga el resto del mundo. Ya no es “Manuela” ahora es solo “la mamá de Victoria”. Lo demás no le interesa y, por lo tanto, no existe.

Cambia el estilo de vida, pero, ¿también cambia la personalidad al ser madre? ¿Y los valores? ¿Es otra cosa más a pensar antes de decidir dar el paso?

Anónimo