** Relato escrito por una colaboradora basado en la historia de una lectora.

 

Esta es la típica historia que te cuentan que le ha pasado a la amiga de una amiga y que yo no me creería jamás, y de repente me veo aquí, de protagonista penosa. En fin, mejor reír que llorar, así que ahí va. Llevaba yo tiempo queriendo tatuarme el nombre de mi perrita, Zara, pero como nunca tengo un duro, esperaba encontrar a alguien que me lo hiciera por amor al arte, o por practicar. Gratis, en cualquier caso. La cuestión es que en mi círculo no hay nadie que tenga máquina de tatuar, así que, como no me lo hicieran con boli bic, la cosa estaba difícil. 

Por cosas del azar y el destino, una noche de fiesta empecé a hablar con un bombón de tía, que encima iba tatuada hasta las cejas, y bueno, una cosa llevó a la otra, la otra nos llevó al baño del garito, donde me lo comió todo y yo a ella no porque había mucha peña que quería mear y ya estaban a punto de reventar la puerta. Di por hecho que la tía era tatuadora, pero me dijo que todavía no, que estaba en ello, y que ahora mismo tatuaba a quien le dejara su piel un ratito. Bingo, justo lo que yo quería. Pasamos el resto de la noche muy a gusto juntas, bailando, enrollándonos, y hablando de un montón de cosas, y quedamos para el siguiente finde en su casa. El plan era que me tatuara el nombre de Zara y luego irnos a cenar juntas y a lo que surgiera después. 

Me pegué toda la semana mirando tipografías para el tattoo, pensando si quería ponerle al lado del nombre algún dibujo que no fuera la típica huella. Me hice una prueba cutre con rotulador para ver en qué lugar exacto lo quería, pero quedó fatal y desistí. Llegó el viernes y yo me levanté como un tiro, super emocionada. Incluso las 8 horas de curro se me hicieron agradables, recuerdo que hasta mi jefe me cayó bien aquel día, y eso es algo que ni había pasado nunca ni ha vuelto a pasar. Me vestí super provocativa para la cita porque, además, habíamos tenido varias conversaciones así subidas de tono por whatsapp, y mucho sexting, y le prometí que le pagaría el tattoo en carnes. 

Cuando llegué a su casa, lo que me encontré fue eso, una casa, no un estudio de tattoo. El antebrazo del sofá estaba forrado con papel film, y encima de la mesita del salón, entre tazas de café viejo y latas de cerveza vacías, estaba la máquina preparada. Estaba claro que la cosa iba a ser muy amateur, claro, ¿qué esperaba? Pero pensé “bah, es solo un nombre, no puede pasar nada ¿Qué puede pasar?”. 

Me senté en el sofá y ella en una silla en frente de mí. Pregunté por el papel calco ese que te ponen para hacer una plantilla y luego repasar con la máquina, y me dijo que no tenía pero que lo haría primero con un rotulador. Puse en mi móvil la palabra con la tipografía que había elegido por fin, pero no le vi mirar la pantalla apenas. Hizo lo que le dio la gana, vaya.

Lo miré en el espejo y dije que ok, no era una maravilla pero oye, ya que estábamos ahí, no me dio por ponerme exquisita y pedir cambios ni correcciones. Y se puso a tatuar. Fue muy rápido y dolió menos de lo que pensaba, así que me quedé muy satisfecha con el resultado. A ella le hacía mucha gracia verme tan emocionada con cuatro letras, mirándome en el espejo sin parar, subiéndome la manga a poquitos, a ver cuándo empezaba a verse la primera letra. Pero cuando se me ocurre mirarme el tattoo así de frente (y no en el espejo), veo que lo que yo pensaba que era una Z, en realidad era una S, y lo que me había tatuado era Sara, y no Zara. Casi me da un ataque de ansiedad ahí mismo, ¿de verdad me hago un tattoo de cuatro letras y una está mal?

Juro que me faltaba el aire, y no sabía si estrangularle a la muchacha, o irme corriendo, o decirle que arreglara aquel desastre. De repente la tía se echó a llorar mucho, se puso más loca que yo todavía, y empezó a pedirme perdón desesperada, diciéndome que se le había ido la olla porque Sara era su exnovia, que estaba la cosa muy reciente y muy resentida todavía, y que yo le había recordado mucho a ella, y siguió hablando sin parar, pero yo solo podía mirarme el brazo y pensar que llevaba el nombre de Sara tatuado para siempre.

Le miré como pidiendo una solución , y me dijo que podía arreglarlo, que se le había ocurrido una idea: si me gustaba la música (a quién no le gusta la música), podía convertir la S en una clave de sol, y aunque no significara nada, al menos dejaría de ser un nombre de alguien que no conozco. Un poco sí me lo pensé, porque cualquier cosa parecía mejorar lo presente, pero decidí no cagarla por segunda vez. Si me lo arreglaba alguien, no sería ella, desde luego. 

Ahora estoy esperando a mi primera cita del láser, que me va a salir mucho más caro que haberme hecho un tattoo en un estudio de verdad y pagando, como hace todo el mundo. 

 

Anónimo

 

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