¿Sabéis ese típico tío que dice «todas mis ex están locas»? Ese con el que todas nos hemos cruzado (que ojalá fuera solo uno y lo conociéramos todas, pero son muchos) y que nos causa rechazo inmediato, vaya. Pues admito que ese comentario podría haberlo hecho yo, pero juro que tengo motivos. 

Evidentemente no todos mis ex están locos, algunos son personas maravillosas que siguen siendo amigos míos. Pero luego tenemos al otro grupo. Los turbios. Esos con los que a veces pienso «si es que la culpa es mía, cómo se me ocurre salir con semejante espécimen». Pues de este último grupo es Raimundo el gallego, también llamado entre mi grupo de amigas “Súper Bicho”

 

Os voy a poner un poco en contexto porque la cosa tiene tela. Yo conocí al súper bicho en el metro. Subimos en la misma parada y él era un chaval muy alto (dato del cual se sentía muy orgulloso, de hecho) así que inevitablemente me fijé en él. Bajamos también en la misma parada y no recuerdo qué excusa usé para hablarle hasta la salida. Vamos, el típico crush que no vuelves a ver en la vida y que, como dice mi mejor amiga, son los mejores porque luego no te dan más drama. Pero no fue así. Me volví a encontrar al súper bicho la semana siguiente en el metro a la misma hora. Volvimos a hablar, nos despedimos como la última vez y así sucesivamente un par de veces hasta que me dio su número.

Ahora, en perspectiva, me doy cuenta de que solo había dos posibilidades: la historia de amor más cuqui del mundo o una película de Antena 3 rollo la niñera asesina.

Estuvimos hablando muchísimo por whatsapp y acabamos en una relación bastante rápido. Me contó que su ex había sido muy mala y muy tóxica, que le había puesto los cuernos… vamos, unas cosas que claro, yo empatizaba y me sabía fatal por el muchacho. Daba esa sensación de osito al que proteger y que provocaba mucha ternura. 

La relación avanzaba bien, o eso quería pensar yo porque era todo un poco raro. Para empezar su madre me odiaba casi sin conocerme. La mujer era una señora católica que imagino que pensaba que su hijo era virgen. Cuando él se quedaba hasta tarde en mi casa le mandaba mensajes como “ten cuidado que la carne es débil” y una vez se refirió a mi piso como “la casa del pecado. Además cada vez que quedaba con mis amigas él quería venir. De hecho en aquella época mi amiga Leto y yo quedábamos todos los jueves. Me acompañaba hasta el punto donde había quedado y luego se iba a algún sitio cerca hasta que mi amiga y yo nos despedíamos. Por suerte, Leto nunca ha sido una persona que se calle las cosas, así que me pilló por banda y me dijo que lo que hacía este chico muy normal no era. Recuerdo una de sus frases: “mira, no parece mal tío, pero yo quiero pasar tiempo contigo, no con él”. Tuve una conversación con el súper bicho sobre que, quizás, estábamos empezando a desarrollar una dependencia emocional que había que vigilar.

 

Entre todas estas pequeñas cositas pasó un suceso un poco raro que a mí me dio mucha ansiedad. Antes en mi Twitter tenía puesto el link de mi CuriousCat, una página que era para hacer preguntas. Esas preguntas podían hacerse anónimamente y un día en mi buzón me encontré una sobre quién era mi nuevo novio y si le había puesto los cuernos a mi ex con él. Yo, que soy imbécil, decidí contestar a la pregunta diciendo que mi vida privada es cosa mía. Pues ese tipo de preguntas continuaron, incluso cuando las borraba volvían a aparecer. Ese día estuve en un estado de tensión muy feo y bloqueé a la persona que me hacía las preguntas a pesar de estar en anónimo. Casualmente me habla el súper bicho diciendo que CuriousCat no le dejaba hacerme preguntas y que seguro que era mi ex que le había hackeado y no sé qué. No quise pensar mucho en el tema así que se quedó ahí el asunto.

El verdadero momento de decir “este tío está loco” fue cuando le pillé un catfish que me estaba haciendo. Tenía un perfil en Wattpad. Publicaba de vez en cuando algunas historias cortas y me sentía mal porque no me leía ni perry. Misteriosamente, justo el día que me quejo, me empieza a seguir una persona y a darle “me gusta” a todos mis textos. Le pregunté si era él y me lo negó. La persona que había empezado a seguir me habló por MD y me contó que se había sentido muy identificado con lo que escribía, que había tenido una infancia muy dura y un montón de cosas más. Me sentí mal por él así que fuimos hablando cada vez más.

Este chico, Raimundo, un gallego huérfano de madre, parecía que empezaba a tirarme un poco la caña. Sutilmente saqué el tema de que tenía pareja y VAYA, de repente ahora él era gay. Raimundo se había enamorado de un chico en el autobús, un chaval que medía lo mismo que mi novio. Aquí todo empezaba ya a oler a mierda y mentiras. Yo no sé si este tío me había tomado por gilipollas, pero desde luego pensó que era más listo que yo. Casualmente a Raimundo le gustaba mi grupo favorito, pero solo las canciones que yo le había enseñado al súper bicho. A todas estas cosas yo iba haciendo capturas de pantalla, porque seré un poco corta, pero también retorcida.

 

Empecé a mentirle a dos bandas para que así no tuviera otra que decirme que él era Raimundo. Pues con dos cojones el tío recreó conversaciones con Rai para fingir que se enteraba de las mentiras porque también era amigo de este chico. Al mismo tiempo Raimundo se deshacía en cumplidos hacia mi novio y la suerte que tenía yo de estar con él. Finalmente le dije a mi pareja que sabía que él era Raimundo y rompí con él.

Bloqueé todas las cuentas que conocía que podían ser suyas y empezó a hablarle a mis amigos, de hecho les confesó que estaba en lo cierto.

Volví a tener una movida parecida más adelante, pero eso lo contaré a la próxima. La conclusión de esto es que no salgáis con gente que hayáis conocido en el metro y que si alguien se llama Raimundo no es de fiar.

Rocío