Para determinados especímenes eres como un trofeo. Mientras menos quieres algo con ellos, más demostraciones de amor y de ser el hombre perfecto. Hasta que te consiguen. Cuando ya sienten que te tienen, automáticamente dejas de importar.
Por desgracia los hay a patadas. Y lo gracioso es que al tiempo vuelven a dar señales de vida solo para tantear el terreno y comprobar si sigues colgada por ellos.
Si decides mandarlo a la mierda, hazlo. No dejes de hacerlo por no quedar como una histérica. Pero si de verdad quieres darle en las narices, escríbele tú a él un: «Siento haber estado ausente estos días, pero es que he estado pensando mucho y me he dado cuenta de que no eres para mí lo que pensaba que podías ser. Me dejé llevar por la ilusión. Quizá es mejor que no nos veamos porque no quiero hacerte daño». Así le das la vuelta a la tortilla y dejas que sea él quien se sienta ridículo.