Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, como decía Antonio Machado, pero en los 90. Concretamente, mediados de los 90 – principios de los 2000. 

Crecí con la televisión del Juego de la oca, Farmacia de guardia, Médico de familia. Con los dramas del Diario de Patricia. Con Manolo y Benito, la parodia nacional, el Informal, Ana y los 7.

Crecí con la increíble experiencia de vivir la Expo 92, que aunque era muy pequeña y no me enteraba de la misa la mitad, fue algo espectacular de ver.

Crecí con la canción de Cortylandia en navidad.

Crecí aporreando todas las teclas a la vez como si no hubiera un mañana para ganar al Street Fighter en los recreativos que olían a tabaco.

Crecí con el club Megatrix, con el club Disney, con la banda del sur. Y sus especiales en verano desde los parques acuáticos.

Crecí con Los Fruitis, La vuelta al mundo en 80 días de Willy Fogg, Delfy (es tu buen amigo, Delfy es sensacional), con Pepper Ann, con La Banda del Patio, los Rugrats, con Embrujadas y Sabrina cosas de brujas. 

Crecí con la sintonía de Bricomanía los domingos por la tarde.

Crecí con la tensión de ver a mis padres forrarme los libros el día de antes de empezar el colegio en septiembre y que no se creara ninguna burbuja.

Crecí con la difícil elección de qué película alquilar cada vez que iba al videoclub.

Crecí viendo el Grand Prix con mis abuelos en mis veranos, sorprendiéndome de la cantidad de pueblos que hay en España, comiéndome un mikolápiz o un frigopie.

Crecí escuchando las Spice Girls y los Backstreet boys en el walkman, después en el discman y ya luego en el mp3. 

Crecí con el Diseña la moda, el cinexin, el flubber, el furby del demonio que me daba unos sustos tremendos cuando se ponía a hablar solo en la soledad de mi cuarto por las noches, el Baby Born, el línea directa y la Mansión de tía Ágata. No crecí con el Scaletrix porque se lo pedí a los reyes magos y nunca me lo trajeron.

Crecí con la emoción de tener una Game Boy y de tener la lupa con luz esa que me evitó durante unos años mi inevitable destino de llevar gafas. 

También crecí con el mito de que el primo de mi amigo del pueblo me pasara el Mewtwo con el cable link y resetear el pokemon a la misma vez y que nunca lo lograra.

Crecí en una época en donde existía la “canción del verano”, canción que se escuchaba por todas partes, como por ejemplo La bomba de King África, Mambo nº 5 de Lou Vega, las de Ricky Martin, Sonia y Selena… y luego se recopilaban en CDs de grandes éxitos como el “Caribe 2000”. Y casi ninguna eran un FEAT. con otros artistas.

Crecí con la experiencia tecnológica de mi primer móvil, un Alcatel one touch, “cn l k aprndi a scribr asi pq cbraban x sms”. Luego con mi segundo móvil, el Nokia 3310, con el que aprendí a jugar al snake, a crear todo un universo de significado con los toques (llamadas cortas sin cogerla: un toque era un si, dos toques era un no, un toque largo que al final lo cogías porque no sabías qué querían decirte) y a mandar un sms con el texto “POLITONO CORAZONLATINO” al 1111 y que al llamarme sonara la canción de Bisbal un poco robotizada. 

Crecí jugando al Tomb Raider con unos gráficos tan afilados que podían cortar un fuet por la mitad y en un ordenador que ocupaba casi todo el escritorio, con una torre cuyo motor hacía un ruido comparable al de un avión despegando. Ya después vinieron los Sims y tuve que comprarme otro pc que pudiera soportarlo, donde ponía a mi yo en sims haciendo los deberes y ordenando la habitación mientras mi yo de la vida real fracasaba sin hacer nada de eso.

Crecí con la fascinación de cuando pusieron internet el primer día en mi casa, que el módem hablaba cual robot cuando hacía el intento de conectarse y que cada vez que llamaban al teléfono de mi casa, me desconectaban del chat de Terra. De ver vídeos en el Rellano, de jugar en la página de minijuegos o del Msn Messenger. 

Crecí con unos buenos amigos y una buena familia alrededor de la mesa en las fiestas, la cual ha visto más sillas vacías a medida que me iba haciendo mayor e iba amortiguando más y ¿mejor? los golpes. 

Cuando entras en los 30, que tienes que apretarte el cinturón porque no llegas a fin de mes y que las enfermedades empiezan a aparecer en ti y en los tuyos, es inevitable hacer balance y darse cuenta de que me empeñaba en creer que la vida era buscar constantemente un fin: la felicidad. Pero la verdad es que no estaba siendo consciente de que esos momentos estaban siendo la verdadera felicidad y no se iban a volver a repetir nunca.

Valoremos lo que nos aporta cada día que vivamos, valoremos cada persona que nos haga bien y apartemos la que nos producen ansiedad y preocupación. Porque cuando echemos la vista atrás, no habrá nada mejor que haber vivido una vida siendo conscientes de cada momento y pensando en que todo pasará, tanto lo malo como lo bueno.

 

@cristina.hidalquez