A menudo nos conformamos con lo que han enseñado que es correcto, aceptable y seguro. Nos domina tanto el ideal de “seguridad” que nos asusta terriblemente cualquier pensamiento que nos induzca al cambio. Y es que nos inquieta enfrentarnos a cualquier entorno nuevo sin las personas, las cosas o los lugares a los que ya estamos acostumbrados.

Muchos critican la bien conocida “zona de confort”, pero, en mi opinión, no se trata de demonizar ciertos comportamientos como si todos tuviéramos que seguir el mismo camino, sino de encontrar qué es aquello que nos mueve por dentro. Hay personas que son muy felices con el mismo trabajo toda su vida, con los mismos amigos desde la infancia y viviendo en la misma calle que sus padres y es totalmente lícito. El problema viene cuando ese camino lo marcan las expectativas de los demás, de la sociedad o incluso las nuestras propias y dejamos que nos encasillen de tal forma que somos incapaces de traspasarlas. La trampa viene entonces cuando empezamos a ser infelices, o ya lo somos durante mucho tiempo, y no queremos avanzar simplemente por nuestros pensamientos limitantes de que no podemos dejarlo todo y buscar la vida que necesitamos. 

Es cuando sentimos esa sensación de ahogo, de que estamos lejos de ser las personas que queríamos, cuando muchos necesitaríamos dejar ese papel de víctima a la que todo le pasa y no tiene el poder de cambiar nada y empezar a coger las riendas de nuestra vida. Qué bien nos vendría darnos cuenta de que si somos infelices, necesitamos MOVERNOS:

Si estás infeliz con tu trabajo, déjalo. Si sientes que ya no estás creciendo ni aprendiendo cosas nuevas, si no eres productiva porque ya no disfrutas, si te dedicas a observar el reloj deseando que llegue la hora de salir, entonces muévete. Si estás continuamente estresada hasta tal punto que te drena mental, física y emocionalmente. Si estás pensando en quedarte en un trabajo que va quitándote la alegría simplemente porque paga las facturas o por la promesa de un ascenso que te traerá éxito, pero no felicidad, déjalo. Tu felicidad nunca va a depender de tu éxito, sino al revés. Si crees que hay nuevas oportunidades, lugares, personas o actividades por explorar que contribuirán a expandir tu alma, entonces ve ahí. Porque si merece tu tiempo cuando piensas en ello, entonces merece la pena intentarlo. Recuerda que nunca es demasiado tarde.

Si estás infeliz con las personas que te rodean, sal de ahí. Si sientes que algunas de las personas de tu entorno ya no te influencian de manera positiva, si no se interesan por tu vida y vuestras quedadas se centran siempre en ellos, vete. A veces intentamos mantener amistades que ya no funcionan simplemente por todo aquello que fueron, incluso cuando ahora solo son una sombra de esos tiempos felices. Que te alejes de ellos no significa que los vas a olvidar para siempre o que no te importan, significa simplemente que has evolucionado y que necesitas ahora mismo otro tipo de personas a tu alrededor, pero siempre recordarás todas las cosas que compartiste juntos y les guardarás muchísimo cariño.

Si no estás feliz con tu vida sentimental, corta la relación. Tu pareja no debería ser una de las fuentes principales de tu ansiedad ni de tu estrés. Las relaciones románticas son mucho más que besos en la frente, citas, abrazos y caricias. Como cualquier otra conexión de nuestra vida, se supone que debe madurar contigo. Una pareja debería dejarnos florecer y desarrollar todas nuestras facetas. Se supone que debe llenarte de ánimo todas las mañanas y no ahogarnos en dudas y resentimientos.

Si no estás feliz con tu ciudad, múdate. Si estás cansada de pasear siempre por las mismas calles y no hay ningún evento que te llame la atención a tu alrededor. Si siempre te quedas con la boca abierta viendo programas de viajes y sueñas con conocer otras culturas. Si sientes que tienes más inquietudes que otras personas de tu alrededor y estás deseando conocer a gente nueva que te dé un soplo de aire fresco en tu vida, cambia de ciudad. Vivir en otros lugares, ya sea dentro o fuera de tu país, te obliga a tener una mirada abierta, a conocer nuevas personas, sabores, experiencias e incluso olores. Si sientes que no hay nada en tu zona que pueda seguir ayudándote a expandirte, muévete a otro sitio que vuelva a llenarte de ilusión cada mañana.

Si no estás feliz contigo misma, descubre la causa y transfórmate. No somos robots programados para ser felices en todo momento. La tristeza, el miedo, la ansiedad también nos comunican que algo no va bien con nuestra vida. Tómate tiempo de escucharlas, de saber qué necesitas y de ir a por ello. El problema no es sentir estas emociones, sino ahogarlas con cualquier distracción por miedo a lo que encontraremos si le dedicamos nuestra atención. 

Si no estás feliz, es tu responsabilidad darte cuenta de por qué y hacer todo lo posible para crear una vida en la que no tengas la necesidad constante de huir (eso es el autocuidado). Y es que siempre he creído que si estuviéramos destinados a quedarnos para siempre en un mismo sitio, tendríamos raíces en vez de pies. Y esa es la gran belleza de habitar este cuerpo humano: que tenemos la posibilidad de movernos a cualquier parte cuando nos limite el lugar donde estamos (ya sea una circunstancia, un lugar físico o una persona).