Sólo veo mediocridad a mi alrededor y la gente me aburre

 

Escribo esto sentada en la terraza interior de un centro comercial de ciudad, de esos que en los ochenta eran lo más y que ahora son lugares decadentes con bares como en el que ahora estoy, aún con el rótulo de luces de neón y máquinas tragaperras.

A mi alrededor, gente normal. Grupos de adolescentes que comparten botellas grandes de Coca-Cola Zero, sus primeras litronas. Parejas de treintañeros arreglándoselas con su primer bebé, riñendo porque el marido ha echado poca fórmula en el biberón o porque la mujer está irascible. Abuelos que cruzan por el interior del centro comercial para esquivar el frío de la calle durante unos cuantos metros. Gente normal, al fin y al cabo.

Ese es mi gran problema. A mi alrededor siempre veo a, en mi entorno siempre trato con, gente normal. Y estoy utilizando la peor acepción de normal. Normal como salidas de un molde, sin fuste, sin interés, sin capacidad para la más mínima reflexión más allá de alguna que hayan copiado de una cuenta de autoayuda de Instagram.  

Siento que los temas de conversación entre la gente son, en general, de lo más superfluos. Que hablar de lo relevante incomoda, cansa. No me refiero a lo relevante como temas políticos, el estado de las democracias europeas o el impacto de la cría de vacas en la capa de ozono. Me refiero a lo relevante de verdad, a aquello que trata lo más profundo de lo que somos. 

Siento que las personas de mi alrededor no se hacen preguntas. Mis amigas hablan de las broncas con los novios o maridos, de las palabras nuevas que ha aprendido el niño, de lo bien que les hacen la manicura en no sé qué sitio de rusas. En mi familia se habla de cómo está perdiendo la cabeza una tía que lleva perdiendo la cabeza desde hace treinta años, de cómo crecen los nietos o de la última vez que papá fue al médico. Con los compañeros de trabajo se habla de esas cosas que permiten que la conversación no ahonde demasiado en lo personal, pero tratando de generar una cierta confianza para que el trabajo en equipo sea más llevadero. De un restaurante que mola, de qué vamos a hacer en vacaciones, de Chat GPT.

Sólo con dos o tres amigas siento que estoy teniendo conversaciones enriquecedoras, transformadoras. Nos preguntamos el sentido de las cosas, analizamos por qué actuamos como actuamos, tiramos de filosofía sin siquiera saberlo, no nos da miedo hacernos preguntas que puedan parecer estúpidas, porque sabemos que lo estúpido, en realidad, es no hacérselas. También hacemos el ridículo y hablamos de series, claro. Pero no por miedo a hablar de lo importante, sino por descansar un rato. 

Me agobia tener 35 años, haber vivido en tantos sitios diferentes y, aun así, haberme encontrado con tan poca gente que me parezca interesante. Porque además, muchas personas que lo parecen, son en realidad pedantes. Acumuladores de datos de Wikipedia que luego esparcen como semillas para ver si la planta de la devoción ciega crece en alguna persona despistada e impresionable.

Tengo aburrimiento vital. ¿Estará en mí el problema?

 

Berta G.