Soy un desastre, no sé cuanto pasa ya mi tía de los 70, creo que 2 años, pero en mi defensa diré que somos una familia enorme y soy la más pequeña de los primos hermanos, así que pocas fechas puedo asociar a acontecimientos personales que me puedan recordar la edad o la fecha de nacimiento de casi nadie. Ella es una persona, como he dicho, mayor y no goza de la salud más deseable, ya que sus huesos están siempre jodiéndole la vida, convive con dolores, con problemas de circulación y alguna que otra cosilla que la acompañan desde hace demasiado tiempo. Pero, a pesar de todo eso, no es esa señora enfadada, siempre en bata de andar por casa, quejándose de sus desgracias y con los rulos puestos.

Pocas veces en mi vida he visto a mi tía con la raya del ojo sin hacer y, aunque esto me lleve a tener discusiones con ella en alguna ocasión por el concepto de “estar arreglada” (ya que para mi implica que antes estabas estropeada) y la obligación de estar guapa siempre (con sus consiguientes adornos que los hombres no necesitan, pero esto ya es una cuestión a parte que no tiene que ver con el tema), si que admiro mucho su permanente empeño por verse bien, porque, aunque digo todo esto de nuestros debates sobre terminología, ella sé perfectamente que a la única que quiere agradar es a la que está al otro lado del espejo. Le habrá costado lo suyo, estoy segura, pero ella presume de verse guapa y de sentirse preciosa y es que… ¡Es eso y mucho más!

Pues bien, el caso es que, hace ya bastantes años, para acompañar a una de sus sobrinas a hacerse un tatuaje, ella también decidió hacerse uno. Se hizo un tribal pequeño en una zona de la espalda que no suele enseñar, por lo que realmente solo lo sabíamos quien ella quería que lo supiéramos. Pero hace un par de años, ese mono de tinta que tenemos muchas de las que nos tatuamos, se despertó de nuevo en ella y, de pronto, empezó a tener algunas citas con “su tatuadora de confianza”, la que le hace unos diseños “discretos y elegantes” según su criterio (y el mío) en varios lugares a la vista de su cuerpo.

Hace unos años yo me tatué una clavícula, era mi tatuaje favorito (digo era porque se estropeó demasiado en poco tiempo y en breve me tocará taparlo) y me parecía un lugar muy bonito para lucir un poquito de tinta. Cuando lo compartí con mi familia, cual fue mi sorpresa al recibir de mi tía, no solo la felicitación por aquel tatuaje precioso, sino el mensaje en el que me decía que ella también se haría algo similar. Podría ser de esas frases de relleno que dice la gente para quedar bien, pero ella no hace esas cosas. Ella lo que hace es tatuarse, y así fue como, poco después, se decoró la clavícula con una frase hermosa y un toque de color “discreto”.

La verdad es que me siento muy conectada con mi familia. Me niego a reconocer la edad real que tienen y asumir que para mucha gente sean ya personas ancianas, pero la edad es un número, el espíritu no tiene nada que ver con lo cascado que esté tu cuerpo, si tu mente está dispuesta todavía a aprender, a adaptarse y a atreverse, aunque la sociedad quiera marcar lo que está bien o mal visto.