Recuerdo hablar con mis compañeras del colegio cuando teníamos doce o trece años. Casi todas, independientemente de que quisieran ser biólogas, abogadas o panaderas, tenían claro que en algún momento de sus vidas se casarían y tendrían hijos. Algunas incluso a esa edad tan temprana tenían en mente cuántos hijos les gustaría tener, qué nombres les pondrían, cómo sería su boda de ensueño…Y por supuesto, cuando llegaba mi turno de hablar acerca de mi futuro soñado aparecían las caras de sorpresa porque total, era imposible que no quisiera ser madre y ya cambiaría de opinión cuando fuese mayor. 

Llegaron los veinte, y con ellos mi primera pareja medianamente estable, con quien duré algo más de dos años, y aquí la presión se intensificó: su madre preguntando constantemente que a ver cuándo la dábamos un nietecito, discusiones con mi cuñada, que me echaba en cara que no quisiera ser madre alegando que ser madre es lo más bonito que le puede pasar a una mujer en la vida (a pesar de que ella ni lo era ni lo es a día de hoy), familiares míos diciéndole a mi madre que si no tenía ganas de verme casada y con niños (cosa que por suerte a mi madre siempre le ha dado bastante igual)…

A día de hoy tengo veintiocho años y pareja estable desde hace más de cinco, llevamos un año de convivencia y, si bien no es que nos falte para comer, somos, como tantas otras personas de nuestra generación, bastante precarias, con lo que ahora mismo nuestros esfuerzos se centran en lograr algo de estabilidad para nosotros y nuestra perrita. ¿Anhelo de ser padres? Ninguno, ni por su parte ni por la mía. Y es que, si bien entiendo que hay mujeres a las que se les despierta el instinto maternal y que desean traer hijos al mundo, en mi caso ni es así ni creo que llegue a serlo nunca. Porque ya no es sólo que en mí no se haya despertado ese deseo, es que cuando escucho a amigas y conocidas hablar de sus embarazos, de pruebas médicas, de partos y demás a mí me entran los siete males. A menudo se ríen de mí y me dicen que ya veré cuando sea madre. ¿Madre, yo? ¡Pero Mari, que yo voy a que me saquen sangre y me desmayo!

Que sí, que hay muchas a las que les pasa lo mismo y lo superan con tal de ver cumplido su sueño de ser mamás, pero es que yo ese sueño ni lo tengo ni lo he tenido nunca: yo de pequeña soñaba con ser una mujer de éxito de estas que salen en las pelis, que van siempre con tacones y americana y que no tienen tiempo para romances porque se pasan la vida viajando de punta a punta del mundo a reuniones súper importantes. Y si bien es cierto que mis objetivos a día de hoy han cambiado por completo y que me conformo con ir enlazando trabajos que me permitan vivir y completar mis estudios, la cuestión ‘’bodorrio+hijos’’ sigue completamente fuera de mis planes y así va a seguir. Sinceramente no me veo siendo madre, creo que implica una dedicación que yo no estoy dispuesta a entregar y además, por muy pesimista que esto suene, no creo que me guste el mundo que estamos legando a nuestros hijos.

Por supuesto, esta es mi opinión y mi proyecto de vida y jamás de los jamases se me ocurriría echar en cara a otra persona que quisiera ser madre o padre. Sólo lo hice una vez con mi ex-cuñada, pero a mi favor diré que fue en respuesta a la decimocuarta vez que me ametralló  con la retahíla sobre la soledad en la vejez, el arrepentimiento si no tenía hijos y demás, a lo que contraataqué recordándole que ella tenía un trabajo sumamente precario, al igual que mi cuñado; que cuando fuese madre se olvidase de fiestas, de escapadas improvisadas, que se preparase para que su sueldo fuese destinado al bebé en lugar de a sus caprichos y que veríamos a ver si recuperaba el tipín después del parto.

Y vale, tal vez no estuvo bien por mi parte, pero seguro que quienes estéis en mi situación sabéis lo agotador que puede llegar a ser aguantar, día sí y día también, a gente ajena a nuestras vidas queriendo organizarnos en base a los que se supone que deberían ser nuestros sueños y aspiraciones como mujeres. Y mira, ya está bien. Ya está bien de dar por hecho que nuestro fin como personas es traer hijos al mundo, ya está bien de tratar de convencernos de que no nos sentiremos completas hasta que no seamos madres, ya está bien de etiquetar a las mujeres solteras y sin hijos de fracasadas, de solitarias y en fin, de inútiles. Tenemos derecho a vivir nuestras vidas como queramos, a desear ser madres, a tener dudas y a tener clarísimo que no queremos serlo.

 

Y sobre todo, tenemos derecho a no permitir a terceras personas que se inmiscuyan en nuestros deseos, nuestros objetivos y nuestras maneras de vivir. Yo tenía clarísimo con doce años, con quince y con veinte que no quería ser madre, lo sigo pensando con veintiocho y seguramente  lo siga pensando después de los treinta; en cualquier caso, sé que mi valía como mujer y como persona no depende de eso.

 

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