Con el fin de mi adolescencia dejé atrás ciertas mezclas de bebidas, tales como el Licor43 con Cacaolat o esos vasos llenos de licor de melocotón con zumo de melocotón que llamábamos Melo-Melo pero hay una bebida  que llegó a mi en esos años de adolescencia (donde los bares eran a los sábados lo que el pasillo del instituto a los lunes), y se ha quedado conmigo. Así es, no he podido dejar de lado el Malibú con piña.

 

Que sabe a gominola, que es demasiado suave, que es una bebida de niños, que si en serio te vas a pedir eso, que no tienes huevos a pedirlo en un bar a las tres de la mañana… Me sé todos los típicos tópicos de memoria pero me da igual. Me gusta el Malibú con piña y tengo más de 30.

 

Tengo botellas de Malibú repartidas por casas de amigos para que nunca me falten en las cenas, y además, todo hay que decirlo, como bebo poco me duran bastante. Tanto que la botella que guarda mi amiga Isabel ya ha sobrevivido a tres mudanzas (vale, yo bebo poco pero ella se muda mucho) y ahí está en la nevera esperando el próximo reencuentro. Nunca me ha faltado mi copichuela en ninguna boda de mis amigos porque son majérrimos y avisan al restaurante de turno para que esa botella blanca esté preparada. Incluso una vez, probé la marca blanca de este ron. Vamos, la imitación barata. Que digo yo, y tenéis que darme la razón, que si esta bebida tiene marca blanca muy mala no será, ¿no?

 

Hago esta confesión porque sé que no estoy sola. Estoy segura de que hay un puñado de gente en este mundo que los lunes van a la oficina y los sábados brindan con malibú-piña. Seguro. En todos los bares en los que he pedido malibú siempre lo tienen, y mi lógica dice que sí nadie lo bebiera, no lo tendrían. Irrebatible, lo sé.

Así que amantes del malibú: unámonos. No estamos solos. Que no os de vergüenza pedir vuestra copa favorita al ritmo de la canción mala del momento, revolvamos para que se mezcle bien el zumo y el ron con toda nuestra dignidad, o al menos la que nos quede, que sí nos lo proponemos, podremos dominar el mundo. Y sí no, siempre podremos ir a la playa a jugar con esas palas que nos han regalado con la copa. Y sonreírnos cuando nos reconozcamos entre la multitud.

 

Tania C.