Llevaba tanto tiempo esperando aquel positivo que cada vez que la rayita no se marcaba sentía una punzada en el estómago. Cada test negativo era un castigo, cada uno de aquellos trozos de plástico eran el recordatorio de lo que había dicho la doctora «quizá no lo logres nunca, y si lo haces es posible que no llegue a término», palabras dichas desde la falta de empatía, de respeto y de conocimiento (bien podría ahora llevarle de visita a mis tres hijos y charlar sobre los 0 abortos que he sufrido), pero que se me clavaban de nuevo en el corazón cada vez que la regla no aparecía, pero el embarazo tampoco.

Después de tantos meses, de tantos test y de tantas decepciones decidí hacerme esas pruebas caseras cuando estuviera sola, sin decirle nada a nadie. Mi entonces pareja sufría conmigo y los minutos de espera me hacían sufrir el doble viendo en su cara la esperanza y la ilusión. Su abrazo de consuelo era doloroso… así que cuándo consideraba que debía hacer un nuevo test, iba a la farmacia, lo hacía y tiraba al momento la basura, para que aquel negativo no me recordase mi desdicha a cada rato.

Pasado bastante tiempo, había llegado de nuevo el día en que repetir el test, puesto que cada 2 meses sin regla, de no haber embarazo, debía tomar una medicación que forzase a mi cuerpo a menstruar. Mi novio me decía que debía tomar ya las pastillas, pero yo me sentía extraña, creía que mi sangrado vendría solo y prefería evitar aquel tratamiento. Pero la situación se estaba prolongando y finalmente debía tomar una decisión, así que una tarde de cafés con mis amigas, aproveché que pasaba por una farmacia y compré un test. Sería responsable con la situación y esperaría a hacerlo con él a la mañana siguiente. Me quedé con mi amiga de toda la vida un rato más, debíamos hacer varios recados en el centro comercial y juntas se nos haría menos pesado. Cuando íbamos a entrar en una tienda ella me pidió que la esperase, que debía ir al baño. En ese momento recordé cada test mirándome desde el cubo de basura de mi casa, cada abrazo de consuelo de mi novio, cada decepción y dije… ¡no espero más! Me lo hago aquí y lo tiro en la papelera del centro comercial.

Sin decir nada, entré en el cubículo contiguo al de mi amiga, abrí el test e hice lo propio. Mientras me subía la ropa y titaba de la cisterna, el aparato estaba apoyando en el cubo ese enorme para las compresas, sobre la tapa. Cuando tuve la ropa colocada y estaba lista para salir cogí el test con una mano y con la otra abrí la papelera para tirarlo cuando, ya casi introducido en el cubo, vi la segunda raya claramente marcada. Dejé caer aquella tapa metálica y me sujeté el pecho para evitar que el corazón no se me saliera. Allí estaba yo, embarazada al fin, en un cubículo en el que no podía a penas dar un paso, con mi prueba de embarazo en la mano y siendo consciente debía haber esperado al menos a estar en casa.

Grité a mi amiga, estaba tan nerviosa que solamente podía decir su nombre. Ella, asustada, intentaba entrar, pero yo había puestos el pestillo y no lo podía sacar. Cuando mi cerebro reaccionó, pude abrir la puerta y mi amiga me miró con terror. ¡¡¡ESTOY EMBARAZADA!!!

Mi amiga me abrazó y lloró conmigo. Ahora debía decírselo al padre. No sería la forma más especial de saberlo, ya que estaba trabajando, Pero se puso tan feliz que nada importó entonces. 

Fue un embarazo maravilloso y tuve un precioso niño sano que pronto cumplirá 11 años, pero todavía hoy en día paso por delante de aquel baño público y recuerdo la euforia y la alegría que sentí allí.

 

Historia Real

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