Acepté un trabajo en la sierra y encontré al amor de mi vida

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    Anon on #883628

    Acaba de llegar a su fin la temporada de verano y estaba haciendo cuentas de lo que he ganado, y no solo económicamente hablando. En marzo de este año me quedé en paro y viendo que tiraba de los pocos ahorros y no conseguía trabajo empecé a desesperarme. Mi padre me comentó que, en el pueblo de mi madre, buscaban camareros para la temporada. La verdad es que desde que ella murió, no volví por allí. Tengo algunos familiares, con los que apenas tengo trato, más que nada por las redes sociales. El caso es que era una opción, así que llamé al restaurante de la piscina y me pidieron estar allí a mediados de mayo, pues abrían para las fiestas del pueblo.

    Al llegar paré directamente en casa de mi tía materna, quien se alegró de verme después de tantos años. Le expliqué la situación y me aconsejó varias viviendas. Opté por una que tenía solo dos habitaciones, estaba en un pequeño callejón, lo que la hacía en una casa fresca, ideal para pasar el verano, lo mejor de todo es que solamente me cobraban 200€ por ella al mes.

    Me presenté en el restaurante de inmediato y todo fluyó con la dueña, era una mujer algo más joven que yo, pero se notaba su experiencia, venía de escuela de cocina y tenía la concesión del bar/restaurante de la piscina por dos años.

    El caso es que con el día a día nos fuimos haciendo amigos, más que compañeros. Han sido meses de mucho trabajo, pero también de diversión. El alejarme del bullicio de la ciudad y disfrutar de la naturaleza, al principio la campaña de la cereza, que además del olivo dan vida al pueblo. La amabilidad de la gente, disfrutaba ir con Rosa a la compra para el bar. Íbamos de huerto en huerto, hablaba con los dueños y estos le llevaban su mejor producto, tomates carnosos, cebollas, pepinos, pimientos, vamos, la hortaliza que no te comes si compras en un supermercado. Le pregunté porqué lo hacía, de esa forma le costaba más, pero me dijo que era una forma de ayudar, porque esa misma gente, se gastaba mucho más en una comida que cualquier otro. Rosa tenía la filosofía de ayudar al pueblo, porque el pueblo te ayuda a ti.
    Creo que por cosas como esas me fui enamorando poco a poco de ella.

    Me fui del pueblo cuanto tenía unos diez años de edad, mis padres se marcharon a Cataluña para tener más oportunidades, y Rosa me enseñó a volver a enamorarme del lugar. Tampoco le era indiferente a Rosa, recuerdo en una conversación me preguntó qué haría cuando llegara septiembre y le dije que volvería a Tarrasa. Ella se enfadó, pero no me dijo nada. Esa misma tarde, al cierre de la piscina y a puerta cerrada, me metí a nadar y ella me llamó la atención. Me pidió que saliera porque tenían que darle mantenimiento, pero como si fuéramos dos críos, le agarré la mano y estiré de ella, al pronto se molestó, y no sé cómo, terminamos besándonos.

    Fue un enamoramiento lento, del día a día, sin la prisa de la juventud, yo tengo 47 años y ella 41 y no tenemos prisa, he comprendido que se trata de disfrutar el camino. Y aquí estoy, en la terraza de la piscina tomándome un café mientras miro a Rosa más enamorado que nunca.

    Vamos a cerrar unos días para irnos de vacaciones, que bien las merecemos y después iré a por mi padre para que regrese al pueblo. Si mi madre viviera, seguro que le encantaría pasar su vida aquí.


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