Seguramente este texto te sorprenda y pienses que soy un tarado. De hecho, yo llevo unos días dándole vueltas a la misma posibilidad, ya que es la primera vez que hago algo parecido en mi vida.
Pero, desde hace tiempo, tomé la decisión de decir siempre lo que pienso. De no jugar con nadie, o conmigo mismo. Por lo que, simplemente, he pensado en dejarme llevar y plasmar lo que se me lleva pasando por la cabeza de unos días a esta parte. Y que me tiene un tanto atormentado.
Para empezar, quiero decirte que nunca antes he estado tan descolocado como lo estoy ahora. Y por eso he decidido escribirte. Voy a ver si capaz de explicártelo.
Verás; yo, por mi forma de ser, siempre he sabido separar muy bien las relaciones de amistad con las sentimentales. Y, por supuesto, jamás he cometido una infidelidad o, si quiera, es algo que se haya llegado a pasar por la cabeza. Cuando estoy con alguien, lo estoy a muerte. Y solo tengo ojos para ella. En mi caso, te aseguro que es totalmente cierto, aunque suene a topicazo.
Pero, toda esta seguridad en mí mismo, en mis convicciones más arraigadas, se ha desmoronado desde que te conocí. En especial de unos pocos días a esta parte. Y es una sensación totalmente nueva, que me ha desmontado por completo.
Desde que tengo uso de razón, siempre he creído en que somos energía. Y que, esa energía, hace que algunas personas conecten de una manera u otra. Además, y según me han dicho los que me conocen bien, debo tener una sensibilidad especial para detectar esas cosas. Para “ver” dentro de las personas. La verdad, yo también lo creo.
Por eso, y ya desde la primera vez que hablé contigo, sentí que algo se me removía por dentro. Es muy difícil de explicar, pero era como “si ya te conociera de antes”. Pero no de la manera en la que recordarías a una antigua compañera del instituto. Fue, y sigue siendo, una sensación mucho más compleja. Como si, en una vida pasada, nuestras almas hubieran compartido un vínculo realmente fuerte.
Ya. Sé que ahora mismo estarás flipando. Yo también. Y es que, una cosa es creer en esa “teoría”. Y, otra, es experimentarlo por primera vez. Pero el caso es que “es lo que hay” y no puedo explicarlo de otra manera.
Y no. No fue solo porque compartiéramos aficiones en común. O, porque desde el minuto uno nos riéramos juntos. Esto lo sentía, sobre todo, cuando te miraba a los ojos. En esos momentos, algo me hacía sentir “en casa”. En el lugar al que realmente pertenecía y que, hasta ese momento, ni sabía que existía. Como si ya hubiera visto esa mirada miles de veces antes, pero mi mente no fuese capaz de asociar los momentos.
Esa noche, tras ese primer “reencuentro espiritual”, apenas pegué ojo. Y, la mañana siguiente, traté de quitarme estos pensamientos de la cabeza. ¿Se me estaba yendo la cabeza? No era normal que, a mi edad y con mi situación, pensara estas cosas. Y mucho menos así, de repente.
Pasaron los días y logré olvidar esos pensamientos. Me sentía aliviado, la verdad. Y me reí de mí mismo pensando en mi crisis espontánea de quinceañero.
Sin embargo, la siguiente vez que te vi, descubrí que, simplemente, lo que había hecho en realidad era enterrarlo todo. Ya que las mismas sensaciones volvieron a aflorar, sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
A partir de ese momento he vivido una suerte de lucha interior, que se me hace especialmente difícil de llevar cuando te veo.
En esos momentos, cuando vuelvo a mirarte a los ojos, me invade una sensación que no he sentido antes con nadie. Es algo que trasciende del plano meramente físico. Es una atracción mucho más profunda, “interior”.
Es pensar, o “saber”, que detrás de esa apariencia de tía genial, divertida, y que parece que se va a comer el mundo, se esconde una persona muy, muy especial. Con sus miedos, inseguridades o fantasmas propios. Y es conocer todo eso, compartirlo contigo, lo que me atrae sin que pueda hacer nada por reprimirlo. Es como si mi “alma” me dijera, “tienes que conocerla al máximo. Es tu misión hacerlo”. Como si, de alguna manera, estuviera predestinado a formar parte de todas esas cosas que puedo llegar a intuir en ti.
Soy consciente de que todo esto te será complicado de asimilar, ya que apenas me conoces. Te aseguro que también lo es para mí. Y aún más explicarlo con palabras sin que pueda parecer que estoy loco. Pero el caso es que, por primera vez en mi vida, algo me dice que no puedo ser simplemente “colega” de alguien. Y cuanto más te conozco, esa certeza se hace mucho más fuerte.
He tratado de mirar hacia otro lado. De dejarlo pasar y convencerme de que veo cosas que no son. Pero no puedo. No puedo evitar sonreír como un tonto cuando recibo un mensaje tuyo. Ni de sorprenderme a mí mismo fantaseando en que, uno de esos días que hemos coincidido, me levantaba, te cogía de la mano y nos íbamos lejos. A un lugar en el que pudiéramos estar horas y horas hablando, descubriendo tus fantasmas y compartiendo los míos contigo. Y que, entre los dos, lográbamos disiparlos y reírnos juntos de todo.
Es por todo esto, por su puesto por mi parte, porque soy consciente que seguirás sin entender nada, que debo pedirte que pongamos distancia en nuestra recién nacida amistad. Sí, sé que podría haberte puesto cualquier excusa. O, simplemente, empezar a pasar y provocar que fueras tú la que dejara de escribirme o de querer saber de mí. Pero, tampoco aquí, puedo hacer algo de ese tipo. No te lo mereces. Y se me haría muy difícil seguir con mi vida como si nada sabiendo que, de algún modo, te he podido hacer daño o dejando que tú creyeras que has hecho algo “mal” conmigo. No puedo ser tan egoísta. Esto ha sido, exclusivamente, “culpa” mía. Tú único “problema” es, simplemente, ser una persona tan especial. Y, por un lado, ha sido una experiencia maravillosa descubrir que existe alguien así. Pero, por otro, me jode muchísimo haber sido capaz de verlo de forma tan cristalina, lo que me impide ofrecerte mi amistad sincera, como sí lo hago, sin esfuerzo, con el resto de mi entorno.
Y es que he comprobado que “mi estrategia interior”, que me decía que todo esto era una tontería y que en cuanto te viera o hablara contigo unas cuantas veces más, todo pasaría y me reiría de mí mismo, ha fracasado. Y, a día de hoy, tengo la percepción, o casi la certeza, de que cuanto más te conozca, no solo voy a conseguir que estas sensaciones desparezcan, sino que se van a amplificar. Y es una situación, un precipicio, al que nunca me he asomado. Y me asusta que el vértigo se haga tan fuerte que llegue a nublarme y me haga saltar a un vacío emocional que desconozco. Uno al que tampoco puedo arrojar a otra persona que nada tiene que ver con todo esto, y por la que llevo días arrastrando una fuerte culpabilidad. Pero todo esto es algo que, sencillamente, no puedo controlar. Por mucho empeño que ponga en hacerlo.
Si te sirve de algo, me gustaría que te quedaras con que todavía existe gente capaz de mirar más allá. De ver, en solo unos instantes, que no eres como la inmensa mayoría de personas. Algo que, estoy seguro, tú también sabes de sobra, aunque a veces te frustre comprobar que el mundo está plagado de “ciegos”. Son ellos los que viven bajo unas sombras que les impiden ver la luz.
Respecto a mí, gracias por haberme hecho sentir vivo de verdad.
Siento mucho toda esta situación.