Pues aquí estamos, en la que llaman «recta final de la vida fértil de una mujer» y ahora, quiero ser madre. Y no he esperado tanto por capricho, al igual que muchas de mis amigas, y seguro que muchas de vosotras, es ahora, con 35 años, cuando más o menos tengo una estabilidad laboral-económica y puedo plantearme dar cobijo a un vástago. Sin contar con el tiempo que he perdido en sortear a todos los sapos de mi vida amorosa y de tinder, pero eso ya es otra historia.
Ahora me encuentro con 35 años, 115 kilos y con el reloj biológico detrás de mi, cuál cocodrilo en Peter Pan.
Y esto ha despertado dudas y miedos que no sabía ni que tenía. Empezando por mi cuerpo, mi gran cuerpo, ¿puede albergar vida? Y no me refiero a la concepción en sí, y si la semillita llegará a agarrarse. Me refiero a… ¿Sobreviviría a un embarazo? ¿Y a un parto?
A ver, soy una chica gorda y sedentaria, cuyo mayor esfuerzo físico, muchos días, es levantarse del cheslong con dignidad. ¿Aguantará mi espalda? ¿Y mi corazón? ¿Explotará la variz de mi muslo al empujar en el parto? ¿Soy la única que se plantea estas cosas?
Porque no terminan aquí mis dudas, la atención sanitaria me quita el sueño. Son constantes los dramas que muchos sanitarios nos han hecho pasar a esta nuestra comunidad de personas que aceptamos que estamos gordas, pero que nos negamos a aceptar que todos nuestros problemas de salud están relacionados con el peso. Y este miedo no es infundado, mi anterior ginecóloga se despidió de mí con la gran frase: «aquí no me vengas embarazada, eh! Tú pierde peso y ya nos vemos». Obviamente, al salir de la consulta, pedí el cambio de ginecóloga. Llevo toda la vida subiendo y bajando de peso, yendo de nutricionistas en endocrinos, y el yoyó no para, pero yo ya no aguanto más la faltas de respeto: «Querido otorrino, el tapón de mi oído no va ligado a mi sobrepeso». Pero ahora tendría que enfrentarme a un nuevo sanitario, el/la matrón/a. Quién espero que al verme entrar por la puerta, me anime y dé consejos para no subir ni un gramo, y me enseñe todo sobre el embarazo y el parto. Pero… ¿Podré escuchar al posible/futuro bebé? ¿O las ondas de las ecografías se perderán entre mis mollas? ¿Tendrán que ser siempre ecografías vaginales? ¿Nunca podré tener la idílica escena de gel en tripa y a flipar con el latido?
Hay días que me levanto y me prohíbo pensar esas cosas futuras y solo me permito pensar en el principio, ya se ocupará la María del futuro de esas cuestiones. Centrémonos en la concepción, esa bonita fase de búsqueda a través de un placer carnal con tu pareja,… ¡Ya! Pero, ¿qué posturas son las más idóneas para facilitar la concepción con estos cuerpos serranos? Con mis reglas irregulares, ¿cuando son mis días fértiles? ¿Voy a volver loco al test de ovulación? ¿Cómo anoto yo todo esto en mi App del control menstrual? ¿Debo tomar ácido fólico? Y lo más importante, ¿debo dejar de comer mi bocadillo de jamón serrano, por la toxoplasmosis?
Si pienso en el principio, tampoco se me acaban las dudas y el miedo. Tal vez tendría que haber titulado este texto como «El miedo de una treintañera gorda que quiere ser madre».
Pero…
Si algo te da miedo, hazlo con miedo, pero hazlo.
Ayer tomé la última pastilla anticonceptiva.