Dicen que el amor conforme pasa el tiempo cambia, se modifica, se adapta y lo que antes era pasión desenfrenada, se convierte en una conexión más amplia. Pero para eso, tienen que ocurrir una serie de catastróficas desdichas.
Los últimos cinco años me he hartado a escuchar lo buena pareja que somos, lo bonito que somos, lo bien que nos llevamos y como nos hemos adaptado el uno al otro. Incluso al principio, di un salto de fe y me mudé con él a la otra punta de Europa, que hasta mi madre me dijo, si las cosas no salen bien, me llamas que te compro el billete de vuelta. Pero salió bien, y año tras año, una mudanza tras otras, pasaron los días.
Uno de esos días, llegó y me preguntó sobre mi opinión de mudarse de continente, y allá que nos fuimos, boda incluida. A día de hoy sigo defendiendo que fue una buena idea. Es cierto que conforme pasan los años, irte adaptando a tu pareja y a su crecimiento laboral no es fácil, tienes que aceptar que tienes otras aspiraciones en la vida, que a lo mejor tu destino no es ser lo que te planteabas hace años, y más cuando el tiempo pasa y no ves la luz al final del túnel, sigo que te ciega la de la otra persona. También tienes una vocecita en tu cabeza que te reclama que si te ocurre algo, estás sola, es muy difícil hacer amigos si cambias de país cada poco tiempo. Pero aquí al menos, lo conseguimos.
Admites que tu familia es él, que es tu mejor amigo, tu mundo y el pilar fundamental de tu vida. Y le aceptas tal y como es, a las duras y a las maduras.
Aunque las duras duelan en el alma.
Nunca lo había hecho, de verdad, he leído suficientes novelas románticas y foros en internet para saber que nunca es buena idea espiarle el móvil a tu pareja, nunca sale bien. Pero me tocó, me carcomía por dentro un simple comentario “ hablo con ella como hablo contigo” Esas palabras… Eran como puñales en el cerebro que estuve años obviando, escondiendo esa idea que revoloteaba por mi cabeza. Como hablo contigo…
Y lo hice, le cogí el teléfono a mi marido, al principio fue para pedir comida a domicilio, una cena sin más, pero ahí estaba el WhatsApp, ahí estaba ella. Siempre ella, ella tan perfecta, ella tan trabajo soñado, tan increíble y tan buena, ella, que siempre escuchaba cosas buenas, ella que estaba soltera porque no encontraba a nadie. Ella que subía de puesto de trabajo, que entrenaba en el gimnasio y se estaba poniendo fuerte, gracias a los entrenamientos que mi marido le mandaba, ella que tenía buen salario, casa en propiedad, y se dedicaba a lo que él quería, ella que estudió con él, siempre ella.
Creía que lo había superado, en serio, creía que había superado que ella era su mejor amiga, con la que casi tuvo algo, pero que como me conoció a mi, pasó a otro plano.
Así que abrí la conversación, al principio cosas de trabajo, bromas, enlaces a videojuegos, pero de repente, ahí estaban, mensajes que las pogas veces que teníamos sexo los dos, mensajes que como yo estaba desaprovechando, que yo siempre hablaba maravillas de él pero que luego no hacía nada. Mensajes, yo me corro en la bañera bien rápido, por eso nunca me envias fotos, mensajes de a ver qué tan elástica eres… Mensajes…
Mensajes de mis problemas de salud, mensajes íntimos míos de problemas con mi ginecóloga.
Y esa noche me rompí un poquito.
Pensé en guardarmelo, pero todas sabemos que esconderle algo a tu mejor amigo es casi imposible, y más yo que se me ve todo en la cara. Asique lo encaré, llorando, pero lo encaré, no sin antes sacarle capturas, y enviármelas, borrarlas para que él no lo supiera. Lo hablamos, lo lloramos. Reaccionó, para él, eran mensajes normales con ella, ella era su amiga antes que yo, con ella lleva 10 años, conmigo 5, es normal, no le había visto el problema, no había visto el daño que eso hacía, no vió la mala decisión que había tomado. Y presuntamente, ella tampoco.
Pero en cuanto lo leí en voz alto lo vió, y lo escuche de su voz, ese temblor, ese “mierda…” ese, como la he cagado…
Y ahora llegó yo, que he decidido “dejarlo correr porque todos tenemos un mal momento en épocas de mucho estrés”, que tengo mis días malos y mis días buenos. Que hay días en que le miro y sé que le quiero, que no me voy a marchar, y días como hoy, pre menstruación, que sólo quiero llorar. Pero tampoco puedo, porque le he perdonado, porque no veo mi vida sin él, él es mi familia. No concibo un mundo sin su sonrisa, sin su dermatitis por el despacho, sin su abrazo mañanero en la cama, y su “voy ha hacer café”
A veces solo tienes que aceptar que esa herida está ahí, que existe, que nadie te la va a quitar, que solo puedes esperar que cicatrice, que el día de mañana, sentados en la mecedora del porche, le mires y ni te acuerdes de estos momentos, solo veas lo feliz que has sido todos estos años.