Tenía 11 años cuando los escuché por primera vez. Era sábado por la mañana, mi hermana mayor entró en mi habitación y encendió las luces obviando por completo mi presencia allí. Abrió nuestro compact disc, me miró y me dijo: ‘Escúchalos, son una pasada’.
Y cierto que lo eran. Después de hacerme la dura llamándola de todo por su forma de entrar en mi cuarto me centré en cada una de las canciones. Le pedí la caja del disco y ahí estaban, eran 5, jovencísimos, guapísimos, y cantaban tan bien…
Ese fue el primero de muchos días en los que las voces de los BSB me hicieron bailar sin parar. Me acompañaron toda mi adolescencia con cada uno de sus vídeos, con esas canciones que me hacían llorar en los peores momentos, en cada momento, siempre encontraba un temazo de mis chicos perfecto para la ocasión.
Pasaron los años y con ellos yo continué defendiendo mi apoyo total a Nick, Brian, AJ, Howie y Kevin. Claro que las cosas habían cambiado, ya no había quedadas exclusivas para ver sus vídeos y conciertos, ni tampoco había ya merchandising colgando de cada esquina de mi habitación. Pero ese pequeño pellizco al escuchar sus canciones seguía y sigue muy presente, imborrable.
Y a pesar de todo el cariño y fidelidad jamás había tenido la ocasión de ir a ninguno de sus conciertos. Viajar a Madrid o Barcelona, pagar las carísimas entradas… Nunca parecía ser buen momento, al menos hasta este año. Las entradas salieron a la venta en un momento en el que me encontraba muy abajo, con mi padre lidiando contra un ictus en la UCI y sin saber muy bien cómo gestionar mi vida. En el momento que supe que los chicos venían a España lo tuve claro: iré sola o con quien quiera acompañarme, pero iré.
Fuimos 4, las de siempre, las que gritábamos sus canciones durante la adolescencia, las que nos volvíamos locas imaginándonos en sus conciertos. Gritamos en el momento en el que tuvimos las entradas y esperamos muchos meses hasta que llegó el día, ese en el que nos vimos las 4 subidas en un AVE camino de uno de nuestros sueños.
No supero esos minutos previos a que el espectáculo comenzase, no supero el verlos por primera vez sobre el escenario como tampoco supero la increíble voz de Brian en directo. Gritamos, nos abrazamos, coreamos cada canción y lloramos, lloramos mucho, pensando en el increíble regalo que le estábamos haciendo a nuestro yo adolescente. Nos mirábamos y no nos podíamos creer que allí, a escasos metros, estuvieran ellos, con un concierto bestial hecho por y para nosotras, con guiños a sus inicios, repleto de temazos y de momentos inolvidables.
Fueron 2 horas, 120 minutos que se han quedado grabados en mi memoria para siempre. La presión de un año duro junto con la emoción por lo que estaba pasando se unieron para recordarme que la vida son estos momentos. ¿Cómo podía haber tardado tanto en verlos en directo? ¡Si son perfectos! Miraba de nuevo a mis amigas y abrazadas por la espalda coreábamos una vez más, ya no tenemos 15 años pero seguimos siendo las mismas.
Cuando el concierto terminó un golpe de realidad nos sacudió. Había durado poco, queríamos más. Los alrededores del Wizink Center estaban abarrotados de fans que compartían nuestro sentir. Los vería de nuevo, una y otra vez, ha sido una fantasía. Y desde ese día no he sido capaz de recuperarme porque ahora incluso me gustan mucho más. Escucho sus canciones y sé que los volveré a ver, que en su próxima cita en España allí estaré para aplaudir y desgañitarme una vez más.
¡Vivan Backstreet Boys y vivamos todas sus fans!