Mis encuentros con Héctor se convirtieron en algo tan habitual que de pronto me vi inmersa en una rutina sexual que dejó de parecerme excitante.
A veces, durante aquellas semanas llegué a plantearme si lo que me estaba ocurriendo era normal o si algún facultativo podría catalogarlo dentro de las patologías mentales enumeradas por la OMS.
¿Cómo era posible que algo que me estaba proporcionando tanto placer físico me aburriese? Me aburrían las mismas manos, la misma lengua…ya habíamos probado posturas, lugares, horas diferentes y el sexo era rutina, no me aportaba nada nuevo.
Las conversaciones con Héctor eran simples, siempre iguales: bomberos, músculos, correr, proteínas. No había emoción en nuestros encuentros, sabía que íbamos a acabar follando. Así que decidí acabar con aquello y me sorprendió la facilidad con que dije adiós. Obvié sus ruegos, me resulto incluso tierna su persistencia y me hizo sentir poderosa. Descubrí el poder del sexo, el poder de mi sexo y fue así como pasé a mi segunda aventura.
Conocí a Ismael en un curso sobre técnicas de marketing en el mercado farmacéutico. Una de esas horribles ponencias a las que mis jefes me obligan a asistir.
Ismael estaba sentado frente a mí y yo diría que se aburría tanto o más que yo. Tenía el pelo castaño, los ojos marrones. No podía decirse que fuese guapo pero sí resultaba tremendamente atractivo. Era totalmente opuesto a Dani y a Héctor, no era carne de gimnasio y era evidente, pero no estaba nada mal, un tipo cuidado. Creo que esa fue la causa de que mi cerebro empezase a funcionar y el efecto fue la reacción de mi cuerpo que su puso en función “ceremonia de seducción”.
Hasta ahora con Dani y con Héctor me había dejado llevar. Ellos habían tomado la iniciativa y yo había sido la seducida, la conquistada. Pero con Ismael fui a por todas. Con Ismael yo decidí y para mi sorpresa descubrí que seducir es como montar en bicicleta aunque los primeros pedaleos cuestan, una vez que empiezas a rodar, a sentir el aire en tu cara, ya no puedes parar. Y eso me ocurrió a mí.
Le miraba y mordía el lápiz, pasaba la mano por mi cuello sin dejar de mirarle y sin quitar mis ojos de los suyos me atreví a desabrochar un botón de mi blusa de forma descuidada y entonces fue cuando Ismael se acomodó en su asiento y con un gesto espontaneo se mordió el labio mientras aflojaba el nudo de su corbata. En ese instante me di por vencedora.
Se removía intranquilo en su asiento, yo mantenía la calma en el mío, mirándole desafiante, cruzando y descruzando las piernas lentamente bajo la mesa de cristal, me tocaba el pelo y acariciaba mi cuello desnudo, jugaba con el lápiz en mi boca.
No tengo ni idea de que iba la ponencia, no aprendí nada de marketing pero si de técnicas de seducción. Cómo una mirada directa y sugerente es más efectiva y más divertida que un whastapp o sms obsceno. Cómo mi boca entreabierta y la hidratación de mis labios con mi lengua podían provocar el deseo de besarla, cómo el movimiento lento de mis piernas era capaz de suscitar el desasosiego en mi oponente masculino.
Me estaba divirtiendo muchísimo con mi puesta en escena y quería continuar, pero llego el descanso para comer, si me acercaba a Ismael, si hablaba con Ismael abierta y directamente se acababa mi jueguecito, de modo que me las ingenié para evitarle, para hablar con todo el mundo menos con el pero sin dejar de mirarle, sin dejar de sugerir con mi mirada y con los movimientos de mi cuerpo, sin acercarme y sin dejar que se acercara. Quería ponerlo a cien sin hablarle y sin tocarle, quería provocar el deseo.
De vuelta a nuestros asientos y mediante gestos me hizo ver su decepción al no haber podido hablar conmigo. Sonreí de forma traviesa y le ignore durante la primera media hora del rollazo de ponencia, quería ver su reacción, quería sentir su mirada en mí… y lo que vi por el rabillo del ojo fue una consecución de movimientos disimulados intentando captar mi atención. Y le mire y sonreí.
Cuando terminamos, me entretuve todo lo que pude en recoger mis cosas, quería darle tiempo para acercarse a mí y no tardo ni dos minutos.
-¿Tienes algo que hacer ahora?- dijo acercándose a mi oreja.
-Pues si, quiero llegar a casa, quitarme los zapatos y darme un baño mientras me tomo una copa de vino – dije con toda la naturalidad del mundo, no iba a serle tan fácil.
-Y… ¿No podrías tomarte la copa de vino conmigo? Y el baño si quieres también- dijo sonriendo.
Y me hice la remolona y me invente excusas y coquetee, coquetee como hacía tiempo que no hacía.
En aquel momento lo que más me apetecía era tomarme un vino y seguir conociendo a Ismael, seguir jugando con Ismael, seducir a Ismael, tontear, cortejar, flirtear, entretenerme y divertirme con Ismael. Lo que no me apetecía era ir a su casa o a un hotel o al coche o a un rincón oscuro y follar porque entonces se acabaría el juego.
Y yo quería jugar.