Jugando con la ley

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    Ilenia on #225195

    Enlace prólogo: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley/
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    Capítulo 1: Primero corre y después pregunta.

    De nuevo vacaciones. Para mí los meses de verano eran un castigo. Significaba volver a esa casa donde vivían dos extraños a los que no hacía mucho llamaba papá y mamá.
    Todo se rompió el día que mi hermano murió.
    Éramos mellizos y estábamos increíblemente unidos, nos contábamos todos nuestros secretos y siempre que uno de los dos intentaba escaparse sin permiso de mis padres nos cubríamos las espaldas. Él me protegía de todo lo que no creía conveniente para mí, o al menos lo intentaba.
    Pero se fue, con tan solo veintidós años. Teníamos toda una vida por delante, pero aquel accidente de tráfico destruyó todo lo que amaba, nada volvió a ser igual. Mi padre se pasaba el día en la oficina, se podría decir que se refugió en el trabajo, solo le importaba eso, el negocio familiar. En ocasiones hacía esfuerzos por comportarse como un padre y aunque no lo reconocería en voz alta, se lo agradecía.
    Sin embargo, mi madre no me volvió literalmente, a dirigir la palabra. Se encerró en su estudio de pintura, cual no quería que nadie entrara. Antes del accidente, mi hermano y yo pasábamos horas allí dentro con mi madre pintando, pero se convirtió en un lugar prohibido. Solo salía de él para comer, a veces ni para eso. Se preparaba algo rápido y se volvía a encerrar.
    Llegué a pensar muchas cosas. A veces creía que me culpaba de la muerte de mi hermano, en otras ocasiones pensaba que hubiese preferido mi muerte a la de Raúl. Esos pensamientos llegaron a provocarme pesadillas, pero con el paso del tiempo aprendí a vivir con ello.
    Simplemente asimilé que había perdido a mi familia. Intenté por todos los medios acercarme a ella, pero no me lo permitía. Llegó al extremo de no pronunciar palabra cuando yo estaba delante. Me daba miedo olvidar su voz como ya prácticamente había olvidado la de mi hermano.
    Solo una palabra y el modo de pronunciarla me hacía recordar: enana. Siempre me llamaba así, teníamos la misma edad, pero yo era diez centímetros más baja que él. Sabía que me molestaba que se metiera con mi estatura, pero igualmente lo hacía para molestarme.
    Unos meses después de su muerte y comprobar que no podía hacer nada por cambiar la situación, decidí mudarme a un piso de alquiler. Si hubiese sido por mí me hubiera quedado en mi piso al que sí consideraba mi casa, pero mi padre me obligaba a pasar las vacaciones con ellos y él era quien pagaba, no podía negarme. Al principio me sentía bien haciendo que gastaran su dinero en mis estudios y todo lo que necesitara, pero aquella sensación duró lo mismo que mi rabia. Cuando la rabia se transformó en pena quise romper los lazos económicos que eran los únicos que me unían a ellos, pero solo conseguía trabajos con salarios denunciables que me daban para pagar lo más básico. Intentaba consolarme pensando que al menos si quería darme algún capricho no tenía que pedirles dinero.

    Llegué, delante de mi estaba aquella casa que mi padre había construido con el sudor de su frente.
    Comenzó siendo un joven apasionado de la restauración que trabajaba noche y día en un pequeño taller por doscientos euros al mes. Había acabado teniendo su propia empresa. No era la más importante del país ni nada por el estilo, pero tenía su clientela.
    Él quería que siguiera sus pasos, pero lo mío no era la decoración ni la restauración, si no la historia. Aunque cuando comencé a repetir cursos me planteé dejarlo. Se me ocurrió mencionarle la idea a mi padre y lo que hizo fue amenazarme con quitarme todo su apoyo económico y por supuesto atribuyó mi repentina desgana por mi carrera a mis nuevas amistades a los que denominaba: macarras sin oficio.
    Sorprendentemente mi padre estaba en la entrada esperándome, incluso se ofreció a llevarme las maletas, pero me negué.
    –Te he comprado un coche. Está en el garaje. Acéptalo, no me gusta que vayas a todas partes en autobús.
    –Gracias–me limité a decir.
    No podía negar que un coche era una gran noticia. Tenía que reconocer que era miedosa para ciertas cosas como bajarme en una parada solitaria a ciertas horas de la noche y más en invierno.

    Conforme fui entrando a la casa más nerviosa me puse. El solo pensamiento de cruzarme con mi madre por cualquier rincón me ponía el corazón en la boca. Siempre que regresaba me sentía igual y ya debería haber comprendido que no me la cruzaría, ella se encargaba de que eso no pasara.
    Llegué a mi habitación, encendí la luz y sentí como los recuerdos me golpeaban por todo el cuerpo.
    Una lágrima resbaló por mi mejilla, pero inmediatamente la limpié. No podía ser débil, nunca lo fui y nunca lo sería.

    Deshice las maletas, coloqué toda la ropa en su sitio y mi portátil encima del escritorio donde encontré un álbum de fotos. No estaba segura de querer abrirlo, pero lo hice.
    Éramos mi hermano y yo de pequeños. Todo el álbum estaba repleto de nuestras fotos, desde la primera página hasta la última, pero había algo raro, no reconocía esas fotos, tampoco reconocía el álbum. Además, recordaba haberme encargado de dejar los muebles totalmente vacíos, incluso el zapatero.
    Alguien había dejado ese álbum allí. Tendría que haber sido mi padre, mi madre no era una opción a barajar.
    No quise ojear más aquel álbum, cada vez que pasaba una página sentía más oprimido el pecho. Lo cerré y guardé con cuidado en uno de los cajones del escritorio.
    Me dejé caer en la cama, no sabía qué hacer, estaba tentada a dar una vuelta, hacía casi un año que no había estado allí y sentía curiosidad por ver si algo había cambiado desde la última vez. Aunque ya sabía la respuesta.

    El sonido de mi teléfono me despertó de golpe. Me volví loca buscándolo, se me había olvidado sacarlo del estuche del ordenador portátil.
    Vacilé a la hora de descolgar la llamada. Tenía el presentimiento de que mi amiga me llamaba para preguntarme como había sido regresar a la casa después de tanto tiempo y ver a mis padres.
    –Hola Alejandra, esta noche vamos a ir a una discoteca del centro, ¿te apuntas? –eso me descolocó y me hizo sentir culpable por haber pensado mal de ella.
    –Vale, hace tiempo que no salimos todos juntos.
    –Genial, por cierto, ¿Qué tal tu regreso a casa? –rodé los ojos ante su pregunta, no me apetecía hablar de ese asunto.
    –Ya te contaré en otro momento, tengo que terminar de deshacer las maletas y quiero dormir, estoy bastante cansada–esa pequeña mentira me sirvió para poder colgar el móvil sin ser interrogada.

    Decidí salir de mi habitación y dar una vuelta y si le molestaba a la madre que me parió que se aguantara.
    Caminando por el jardín trasero recordé el coche que me había mencionado mi padre.
    –Joder–estaba alucinando con la preciosidad que tenía delante de mí. Era un audi a7 de cinco puertas negro mate.
    –Me alegro de que te guste– casi pego un grito al escuchar la voz de mi padre.
    –Es muy bonito–intenté mantener mi emoción a raya.
    –Es todo tuyo, puedes estrenarlo cuando quieras.
    –No tenías por qué gastar tanto en un coche para mí–me limité a decir.
    –Por cierto, en un par de horas vamos a cenar.
    – ¿Cenaremos en familia? –usé los dedos como comillas. Aquello no era una familia desde hacía dos años.
    –Alejandra–mi padre me miró con resignación. –Puedes cenar donde quieras.
    Dio media vuelta y salió del garaje dejándome sola con aquella maravilla a la que estaba deseosa de subirme, pero no lo haría en ese momento, preferí esperar hasta la noche.

    Con respecto a la cena, por supuesto que cenaría en el comedor con ellos. Algo me decía que mi padre quería recomponer aquella familia, pero iba a hacer falta mucho más que un coche precioso para solventar dos años de ausencia.

    Esperaba ansiosa la hora de la cena y no solo porque tuviera hambre, que también, tenía el presentimiento de que iba a ser un rato muy entretenido. También sabía que cada ataque que lanzara a mi madre a mí me dolería el doble.
    Entré al comedor. Mi padre estaba sirviendo la cena. Desde la muerte de mi hermano él se había convertido en el cocinero de la casa. Antes de ese horrible día, lo era esporádicamente.
    Me senté en la silla que siempre me había correspondido. ¡Dios! Sentía tanta nostalgia con cada movimiento que hacía en la casa.
    Respiré hondo intentando calmarme, solo era un sitio, nada más. Me repetí esa frase mentalmente hasta que vi a mi padre entrar de nuevo en el comedor y segundos más tarde a mi madre. Sentía que el corazón se me iba a salir por la boca. No me miró en ningún momento, se limitó a sentarse y comenzar a cenar, acto que convirtió toda la alegría de verla en rabia.
    Siempre me habían dicho que era un retrato de mi madre, con el paso de los años se advertía más el parecido. Yo no lo creía así, ella era increíblemente guapa, era elegante sin proponérselo. ¡Dios! A pesar de todo la admiraba tanto.
    La observé durante unos segundos hasta que mi padre comenzó a hablar. Mis sospechas sobre sus intentos de arreglar su familia se confirmaban, incluso había preparado lasaña de atún que era uno de mis platos preferidos.
    – ¿Ha sido un curso muy duro? –me preguntó a la vez que me sirvió un trozo de lasaña ante mi mirada de desconcierto
    –Los últimos meses fueron los peores con diferencia–nadie dijo nada más y como de costumbre un silencio incomodo se asentó en la mesa.
    Ya que mi padre se había preocupado por mis estudios, me sentí en la obligación de preguntarle por su trabajo.
    – ¿Y a ti como te va?
    –Muy bien. Por suerte la crisis no les ha quitado a las familias las ganas de decorar sus casas. –Me gustaría que algún día vinieras a las oficinas y al almacén para que vieras como se maneja todo aquello–estuve a punto de protestar, pero no me lo permitió.
    –Ya lo sé. Se que quieres ejercer en tu carrera, pero algún día todo lo mío será tuyo. No olvides que también restauramos cuadros y esculturas antiguas. Quizás podrían interesarte.
    –Está bien. Algún día iré por allí–no debí seguir hablando.
    –Y a ti mamá ¿Cómo te ha ido todo? –intenté que mi tono fuera lo más irónico posible. Dejó el tenedor pinchado en la lasaña y por primera vez nuestras miradas se cruzaron, pero no dijo nada, como siempre. Cogió su cena y salió del comedor.
    –De ese modo no vas a conseguir nada de ella.
    Solo le he preguntado cómo le va. No me criaste para ser una maleducada–me levanté de la mesa y me fui del comedor sin darle tiempo a mi padre para responderme.

    Subí las escaleras lo más rápido que pude. Estaba enfadada, aquello solo había sido el principio de la gran tormenta que se presentaba ese verano. Pero no por eso me iba a encerrar en mi cuarto a llorar. No me iba a sentar en una silla a esperar imposibles. Esa etapa ya pasó y juré que nunca más volvería.

    Comencé a rebuscar en el armario hasta que encontré el vestido perfecto para esa noche. Lo dejé bien extendido sobre la cama, cogí todo lo necesario y me dirigí al baño para prepararme. La noche prometía ser muy divertida y eso era lo que yo necesitaba para poder olvidarme del infierno que iba a ser mi vida durante tres meses.

    Me froté las manos al ver mi nuevo coche. Fue una sensación maravillosa conducirlo, el trayecto duró más de media hora, pero se me pasó en un suspiro. Tuve precaución de aparcarlo en una zona retirada. Lo iba a mimar en exceso.
    Tardé un buen rato en encontrar a mis amigos, aún no habían entrado. La cola era más larga de lo habitual y esperar no era uno de mis puntos fuertes. Todos me saludaron en cuanto se dieron cuenta de mi presencia. Tania, mi mejor amiga se acercó a mí y me saludó con un abrazo.
    –Se que no te gusta que te pregunte por “eso” pero ¿Cómo ha ido?
    –Tengo la sensación de que mi padre quiere arreglar las cosas, pero es pronto para decirlo, quizás solo estaba de buen humor.
    –No seas negativa. Que tu padre sea atento contigo es bueno.
    –No lo sé. Mi madre sigue como siempre y yo guardo mucho resentimiento, tu mejor que nadie lo sabes–me sonrió.
    Había sido difícil pero ya solo le faltaban dos años para conseguir el graduado en psicología. Yo era su experimento favorito. Conocía mis miedos a la perfección y todo lo que llevaba guardado dentro. Además de todo eso, era mi compañera de piso. Me había oído mil veces llorar y otras mil jurar que nunca más sería débil.

    Por fin, tras mucho tiempo en la cola logramos entrar en la discoteca. Estaba abarrotada, era casi imposible pedir algo en la barra, pero para nuestra suerte el camarero era amigo nuestro y siempre nos colaba.
    De lo único que nadie se podría quejar en aquel lugar era de la música. Canciones muy movidas mezcladas cada cierto tiempo con alguna canción más lenta para bailar agarrados. Se escuchaban más canciones de ese tipo a altas horas de la madrugada, cuando los clientes comenzaban a estar borrachos demás y solo les apetecía jugar con alguien.
    Después de más de media hora rodeada de tanta gente me comencé a agobiar de tal modo que necesité salir fuera para tomar aire. No me preocupaba haberme mareado, me pasaba con frecuencia. En realidad, yo prefería la playa y los chiringuitos en verano, eran mucho más relajados y te lo pasabas igual o incluso mejor, pero la gran mayoría de mis amigos preferían discotecas.
    Debía reconocer que ellos y yo éramos muy diferentes. Proveníamos de mundos distintos, pero aun así conseguí integrarme. No eran unos santos, pero eran mi apoyo y les quería por ello.
    –Eres una floja, siempre te mareas–me di la vuelta, Álvaro estaba detrás de mí sonriéndome. Su camisa prácticamente sacada del pantalón, el pelo revuelto y los ojos un poco rojos me hacía sospechar que había bebido demasiado.
    –Yo al menos me puedo mantener en pie–no podía evitar balancearse. Él se limitó a sonreírme.
    Tenía que reconocer que me sentía un poco incomoda en su compañía. Lo nuestro solo fue una noche y fue un error provocado por el exceso de bebida por parte de ambos. No podía negar que era increíblemente guapo y sexy. Sus ojos azules oscuros traspasaban, pero a pesar de todos sus puntos positivos y de aquella noche, no sentí nada especial por él. Lo malo era que en ocasiones no acababa de estar segura de que para él lo sucedido hubiese significado lo mismo que para mí. Sus palabras, su modo de mirarme, a veces me hacían sospechar, pero normalmente acababa pensando que era una neurótica y lo dejaba pasar.
    Volvimos a entrar a la discoteca. Nuestros amigos estaban bastante animados, habían comenzado a hacer amistad con las personas de al lado.
    Una de mis amigas me agarró por la cintura incentivándome a que bailara con ella. Con nosotras comenzaron a bailar dos desconocidos. Mi amiga me lanzó una mirada cargada de intenciones. En menos de cinco minutos se había ido con uno de ellos dejándome sola con el otro chico que me miraba como si fuese comestible.
    Se acercó a mi cogiéndome por la espalda, me sonrió antes de atraerme hacía su cuerpo de forma brusca. Olía a una mezcla de alcohol y perfume que me encantaba. Una ola de calor me recorrió de arriba abajo. Todo aquel deseo era producto de la ingesta de alcohol. Sabía que en un estado normal, jamás me habría fijado en él, ni le hubiera concedido un segundo de mi vida.

    Un golpe ensordecedor hizo que me apartara de forma brusca del rubio, miré en todas direcciones buscando que había pasado. Dos chicos habían comenzado una pelea y entre golpes y empujones habían tirado uno de los enormes altavoces al suelo.
    Me fijé más detenidamente y pude distinguirlos, uno de los chicos era Franco, inmediatamente intenté acercarme para ayudarle, era uno de mis mejores amigos y no quería que el armario empotrado con el que se estaba peleando lo moliera a golpes.
    Me era imposible llegar hasta donde ellos estaban, intentaba hacer a la gente a un lado a base de empujones, pero todos estaban emocionados con la pelea y no se movían ni un centímetro. Intenté ponerme de puntillas para ver qué pasaba. Álvaro había intervenido para ayudar a Franco, pero solo logró llevarse un golpe en el estómago.
    Sin saber por qué todo el mundo echó a correr hacía la salida, intentaban salir como desesperados. Pensé que se había prendido fuego cuando vi a muchos salir por la puerta de emergencia, pero no, la gente huía porque acababa de llegar la policía.
    Desesperada por salir de allí eché a correr. No quedaban muchas personas en la discoteca y por experiencia, sabía que los pocos que aún estábamos allí dentro, aunque no hubiésemos hecho nada, acabaríamos pasando la noche en el calabozo y eso no me convenía.
    Salí por la puerta de atrás mirando para todos los lados cerciorándome de que nadie me viera, cuando pensé que estaba segura eché a correr. Había sido mala idea aparcar el coche lejos, pero tampoco tenía modo de imaginarme que la noche acabaría de ese modo. Bueno, en realidad si, era raro cuando no acababa de ese modo.
    –Eh, alto–miré hacia atrás y vi a un policía correr hacía mí. Sentí la adrenalina apoderarse de todo mi cuerpo. Por puro instinto comencé a correr más rápido intentando escapar de pasar la noche en un sucio agujero. Pero ese maldito policía era rápido, cada vez que miraba para atrás estaba más cerca.
    Intentaba darle esquinazo metiéndome por todas las curvas que encontraba, pero no había forma de conseguirlo y lo peor era que cada vez me sentía más cansada. Mis piernas no querían seguir corriendo, a mis pulmones les faltaba el aire, pero no podía pararme, no podía permitir que ese pesado me diera alcance.
    Lo gracioso de huir despavorida de un policía que rozaba mis pasos era que ¡yo no había hecho nada! Como la mayoría de las ocasiones, pero así era nuestro sistema, perseguían a los inocentes y dejaban libres a los culpables.
    No podía más, ya ni sabía por dónde me metía, eso hizo que me adentrara en un callejón. Di un giro inesperado en plena oscuridad. Esperaba que eso lo hubiese despistado o al menos que me diera cierta ventaja antes de que me volviera a encontrar. Como siempre, mi mala suerte hizo acto de presencia y eso no pasó. De nada me valió meterme por lugares estrechos y sin luz. El callejón no tenía salida y lo peor de todo, tenía un muro de casi tres metros. ¿Por qué construían los muros tan altos? Así no había quien los saltara. Si hubiese sido más bajo habría intentado saltarlo, aunque teniendo en cuenta lo patosa que era seguro que habría acabado estampando mi culo contra el asfalto.
    Se me heló la sangre cuando escuché unos pasos detrás de mí. Ese tipo era hábil, no había conseguido perderlo, lo que era señal de que acababa de meterme en un buen lio del que no sabía cómo escapar.

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    Lucía
    Invitado
    Lucía on #226452

    Escribes bien!

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