Vengo a contar esto porque estoy cansada de que nos digan que somos unas exageradas y que la gordofobia no existe. Vengo a contar esto porque llevo 20 años aguantando chorradas de desconocidos, y ayer por fin me atreví a hacerle frente a un imbécil. No sé si me pasé, juzgar vosotras.
Fui con mis amigas a tomar un tinto de verano. La verdad es que con mi culo talla 50 estaba apretadita en mi silla, porque muchas sabréis que son estrechas de narices. Pero yo con tal de tomarme algo con mis amigas, pues si me tengo que estar apretada, me estoy.
El caso, me levanté al baño porque los tintos ya hacían su efecto, y mientras caminaba entre el resto de mesas, desde una de un grupito de chavales uno gritó: ‘Ahí va la GOOOOOOOORda’ (ya sabéis, con mucho énfasis en la o). Toda la terraza me miró y yo entré al baño entre enfadada triste y desconcertada.
Me ha pasado muchas veces, pero ya no soy la misma. Ahora me quiero y un gilipollas no puede hacer que me vuelva llorando a casa y deje de disfrutar con mis amigas. Salí del baño, volví a mi mesa, cogí mi jarra de tinto y me acerqué a la mesa del grupito de chavales para tirársela por encima al que me gritó y le dije: pues mira qué fresquito te vas a quedar gracias a esta GOOORDA.
A TOMAR POR CULO LA BICICLETA.
Por un momento pensé que sus coleguitas me pegarían o algo, pero la realidad es que me aplaudieron y se descojonaron del imbécil, que se quedó descompuesto y mojadito.
Mis amigas me hicieron un paseíllo haciéndome la ola y me aplaudió toda la terraza.
Pasé vergüenza, mucha, pero basta de agachar la cabeza. A los imbéciles se les manda fresquitos a la cueva.