No sabía si publicar esto en el apartado «sex», porque en esta historia hay de todo menos sexo. De eso va la cosa.
Hace algo más de un año conocí a un chico a través de una amiga. Eran compañeros de trabajo, me pareció mono, lo agregué a instagram y ya os imagináis como sigue el rollo.
Como suele pasar, al principio el chico no tenía ningún defecto aparente. Saltando las cualidades físicas que no me interesan, el chico trabajaba como educador social, tenía grandes principios morales y gran corazón. Tampoco parecía ser un chico mujeriego, que fuera solo a echar un polvete. Empezamos a conocernos y fui yo la que, después de un mes quedando, eché en falta un polvo o qué sé yo, un besito aunque fuera. Aunque me insinuaba de todas las formas posibles, parecía que el chico no quería, aunque siguiera queriendo quedar conmigo y me hablaba a todas horas. Cuando ya pensé que me estaba friendzoneando, le dije claramente que tenía que espabilarse conmigo. Ese día nos dimos unos besitos en el coche y todo bien.
Después de un mes dándonos morreos en el coche y haciéndome chupetones en el cuello como si fuéramos quinceañeros, se abrió conmigo y me habló sobre su fe… resulta que el chico es evangelista, pero de los de verdad. De los que van a la iglesia los domingos y todas esas cosas. Yo, que soy atea, respeté en todo momento su pensamiento y, de hecho, teníamos unos debates y reflexiones bastante interesantes, cosa que me gustaba.
Una noche, coincidí en una discoteca con él y sus amigos. Él, que normalmente me trataba como a una amiga en público, me metió mano delante de los amigos. Los amigos vinieron a echarme la charla y a decirme que por favor no hiciera daño a su amigo, que era la persona más buena que habían conocido y que solo necesitaba tiempo para lanzarse, por lo de ser virgen y tal….
Un momento… ¿virgen? ¿con 30 años? Sí, señoras. Yo, que pensaba que el sexo era una de las cosas más importantes que mantienen una relación sana y que llevaba aguantándome las ganas con él 3 meses, confirmé mi mayor temor.
Mi relación no cambió en absoluto con él. Yo seguía insinuándome y él seguía haciéndose el loco. La pega es que nunca podía pillarlo en una habitación, puesto que ambos vivimos aún con nuestros padres y «no cabíamos» en el coche.
Un mes más tarde le salió un trabajo en la otra punta del país y se marchó sin más, quedando como «amigos». A día de hoy, después de seis meses, seguimos hablando y cada vez que viene, nos liamos. Hasta he conseguido tener sexo oral con él, pero nada más. Dentro de unos días viajaré e iré a verlo a su casa y, francamente, tengo miedo de que su moral no le permita tener sexo hasta que se case y, por lo tanto, a volver a sentirme rechazada después de un año de paciencia.
¿Cuál debería ser mi actitud ante este asunto? No veo muchas opciones posibles… Esperarlo porque de verdad lo quiero y no tener sexo hasta vete tú a saber cuando o tirar la toalla y seguir con mi vida en la lejanía…
A veces pienso que soy una egoísta por intentar forzarlo a hacer algo que, aunque sé que se muere de ganas por hacer, no quiere por sus creencias. Pero por otro lado, pienso que después de tener tanta paciencia con él, debería dar su brazo a torcer por una vez.