A todas, con diminutivos, acepciones diferentes, motes y lo que se le ocurra. Mi marido, por suerte, se llama Juan Antonio y Agnes, que es muy pilla, usa los dos nombres y cualquier diminutivo posible para no repetir. Su gemelo, Lucas, se mantiene al margen, pero fue quien me chivó que su hermana pasaba de mí a la hora de bautizar a sus muñecos y peluches.
Que no es que me de celos, que me parece genial que mi peque tenga esa gran referencia paterna, que mi marido mola mucho y estoy muy orgullosa de, pero jo, ni una, con lo bonito que queda Aurora. De hecho estoy pensando en comprarla la princesa Disney con mi nombre, pero me da que se iba a acabar llamando JAurora o algo parecido y a ver como sobrellevo yo el trauma y el cachondeo de mi marido.
El caso es que hasta que el niño no vino con la historia, ni me di cuenta, que no es que no haga caso a mi hija, que somos de los padres que empleamos el nulo tiempo libre que tenemos con ellos, pero compartiendo otro tipo de historias claro.
No se si Montessori tiene alguna teoría al respecto, pero yo casi que me acojono de pensar que sus diez muñecas tienen nombre paternal. Tampoco pienso imponer nombres random ni del resto de la familia, somos partidarios de que ellos desarrollen su personalidad sin imposiciones pero esta vez me está costando la vida morderme la lengua y no soltarlo.
Parece que la cría soy yo ¿verdad? pues veremos si no salto y veréis la carcajada de su padre al escucharme.