Nos sentamos en el sofá dispuestos a ver un capítulo de Juego de Tronos, pero el ordenador fallaba todo el rato. Después de varios intentos en vano, decidimos tirar la toalla. Él dejó el portátil en la mesita baja del salón mientras yo me acomodaba en el sofá. Se sentó a mi lado y poco a poco fue acurrucándose en mí, como si fuera un perrito que quiere mimos. Así que empecé a acariciarle el pelo con mis dedos y me abrazó. No dijo nada, pero lo hacía como si no quisiera que nunca le soltara. Me pareció muy tierno y le di un pequeño beso en los labios. Los dos sonreímos. Me tumbé y me acomodé a su lado. Tenía su cara en frente de la mía, con sus preciosos ojos color café mirándome fijamente mientras una pequeña sonrisa se asomaba por sus labios. Cerró los ojos y yo hice lo mismo. Nuestras bocas estaban tan cerca que de vez en cuando se juntaban y nos dábamos pequeños besos, juguetones e inocentes. Al principio. Me abrazó fuerte y mis labios acabaron muy cerca de su oreja, en su cuello. No pude evitarlo y le besé ahí. Hizo un pequeño quejido de niño pequeño que a mí me pareció de lo más adorable. Así que volví a besarle el cuello, esta vez un poco más cerca de la oreja. Se estremeció un poco y volvió a quejarse. Hundió su cabeza en mí, pero su cuello todavía estaba a mi alcance, así que repetí la acción varias veces. Estaba claro que si seguía así iba a despertar a la fiera, pero bien poco me importaba. Alterné los besos con suspiros y jadeos. Me acerqué a su boca y descubrí que estaba deseando ser besada, así que cumplí su deseo. Ya no eran besos dulces e inocentes, estos sabían a sexo. Me di la vuelta y su erección quedó pegada a mí, y fui notando que sus movimientos eran cada vez más intensos. De repente su mano me rodeó y empezó a tocarme por encima de la ropa, mientras él me besaba el cuello como yo lo había hecho antes. Enseguida nos dimos cuenta de que la ropa no era más que un estorbo y él empezó a tocarme por debajo de ella. Estaba claro que aquel sofá no era lo suficientemente grande para terminar la faena, así que nos fuimos directos a su habitación. Él se había quitado los pantalones en el salón, así que ahora me tocaba a mí mover ficha. Hice lo propio y me quedé en bragas. Nos tumbamos y él siguió tocándome por debajo de éstas y yo hice lo mismo con él. Me estaba gustando más que otras veces, aunque estaba deseando que me llenara de una vez. Después de varios frotes mutuos, noté cómo él introducía un dedo dentro de mí. Se me quedó mirando expectante, y como no dije nada volvió a hacerlo. Me preguntó a ver si me gustaba, siempre tan educado, y le respondí que sí. Esa respuesta debió de gustarle, porque volvió a meterlo con más énfasis y aceleró el ritmo. Y tanto que me estaba gustando. Todo estaba volviéndose muy salvaje. Yo le tiraba un poco del pelo del gusto que me estaba dando, y él gruñía cada vez que yo aumentaba el ritmo en mis caricias hacia él. En una de sus embestidas metió un segundo dedo y la cosa mejoró. Estábamos los dos tan mojados que le dije que podía meterse en mí, cosa que yo estaba deseando que hiciera. Hubo alguna complicación, pero cuando consiguió meterla entera… Uff… Estaba claro que no iba a durar mucho la cosa, pero me daba igual. Una embestida, otra, una tercera más profunda, jadeos, un gemido reprimido, un par de gruñidos, más embestidas, más rápido, un aviso y el clímax. Se vació dentro de mí y se dejó caer en mi pecho. En la habitación se escucharon algunos jadeos más y unos suspiros mientras nos relajábamos, y una sonrisa picarona apareció en nuestros rostros después de un beso dulce y cariñoso. Era mi paraíso y no pedía más.