Tenía 17 años y siempre iba a la misma discoteca con mis amigas.
El camarero, rubio de ojos azules, me tenía babeando siempre. Él sabedor de lo que yo sentía, cada vez que me acercaba a la barra o él salía a por algunas botellas al almacén pasaba a mi lado y me soltaba al oído: «Hoy estas preciosa» «Eres lo más bonito que he visto esta noche» Y cosas por el estilo, yo sólo podía suspirar cada vez que se me acercaba tanto, aún soy capaz de recordar su olor y como su aliento me acariciaba el lóbulo de la oreja, sentía por él una atracción que hasta entonces no había sentido por ningún chico.
Ya había tenido relaciones, pero el sexo para mi no era la genialidad que comentaban mis amigas, aunque les seguía el rollo para no parecer la rarita, jamás había sido placentero hasta una noche.
Esa noche de sábado que como todas fuimos a la disco y allí estaba él, imponente con su altura y su pelo rubio cayéndole sobre la frente, con una camisa negra remangada hasta los codos dejando ver sus antebrazos y sus ojos azules más fijos en mi que noches anteriores.
Cuando ya llevábamos como dos horas bailando y bebiendo fui al baño y al salir, el camarero me cogió del brazo y me metió en el almacén de las bebidas, cerrando la puerta.
Se me quedó mirando a centímetros de mi cara, hasta que por fin se decidió a besarme. Empezó con beso lento, suave, con roces calmados de su lengua que fueron volviéndome loca. Comencé a sentir un deseo, hasta ese día desconocido, que me crecía en el bajo vientre haciendo que necesitase sentir sus caricias, él pareció entenderme cuando me pegué más a él y profundicé el beso enredando mis dedos en su cabello por la zona de la nuca.
Me subió a horcajadas a un mostrador que había justo al lado colocándose entre mis piernas y apretándose contra mí para que notase su erección, yo solo pude gemir en su boca y él tomó ese gemido como una invitación para ir más allá.

Me subió el vestido, me quitó las bragas y se desabrochó el pantalón, se puso un preservativo y me penetró suavemente sin dejar de mirarme a la cara, poco a poco fue tomando intensidad hasta sentirlo en lo más profundo de mi y solo eso hizo que tuviese mi primer orgasmo, no necesité más.
Cuando acabó, salió de mí, me puso las bragas y se abrochó el pantalón, me dio un beso largo y profundo y se marchó dejándome sola en el almacén.
Cuando me recompuse salí y me fui para casa porque tenía la sensación que toda la discoteca podía notar en mi cara lo que acababa de pasar.
Al sábado siguiente cuando volví, él no estaba, me armé de valor y le pregunté a su compañera por él. Me dijo que ya no trabajaba allí. Que el lunes se fue a Londres a trabajar y que no sabía cuando volvería. Me di cuenta que lo del sábado anterior fue una despedida.
Diez años después y no he vuelto a saber se él, pero aun hay días que rememoro lo ocurrido en ese almacén y recuerdo al chico que me hizo conocer lo excitante del sexo.