Quería escribir esto para compartir una historia con aquellas personas que conocieron a sus parejas en redes sociales o en webs de ligoteo y se avergüenzan al contarlo.
Ay, aficionadas…
Cuando decidí abrirme una cuenta en Telegram, digamos que mi intención no era usarla para hacer amigos, sino para ganar puntos en ese glorioso juego dilapidador de batería que es Pokémon Go.
Sí, amiguis, con mis tiernos 30 años dedicaba las tardes a salir con mi novio a la caza magikarps y charmanders por toda la ciudad, pero llegó un punto en el que los majos de Niantic introdujeron unas misiones colaborativas y para poder seguir jugando había que juntarse con más gente.
Y es en este momento cuando me instalo Telegram y cuando empiezo a interaccionar con otros frikis como yo para conseguir convertirme en la mejor Entrenadora Pokémon ever.
Como ya he dicho antes, mi intención no era intimar con gente, pero hay personas extremadamente majas que te ponen muy difícil eso. Así fue como conocí a un grupete con el que a las pocas semanas estaba quedando para salir a tomar algo y, de entre ellos, hubo un chico que me robó el corazón como el Team Rocket robó una vez a Pikachu.
Tanto que al cabo de un tiempo desmonté mi vida y la rehice de nuevo junto a él.
La verdad es que para entonces ya había dejado el juego (porque lo tenía bastante aborrecido) pero siempre que le cuento a alguien cómo nos conocimos me encanta regodearme en lo cutres que fueron nuestros orígenes y decir que gracias a PokémonGo conseguí capturar a mi legendario favorito.