Este mes hubiéramos hecho diez años, pero hace cinco que rompimos. Estos cinco años han sido diez veces más intensos que los que pasé con él. Me he llenado de tatuajes, piercings, he viajado, me he apuntado a clases de baile, de manualidades, he salido de fiesta hasta que se ha hecho de día. Y sonrío más.
Con él nunca fui yo. No fue su culpa ni de su familia, sino de mi baja autoestima. Recuerdo cuando empezó. Su madre me preguntó si llevaba una calavera de en la gargantilla. Y me miró raro. Y yo dejé de llevar calaveras y encerré en un cajón todo lo estrambótico que me representaba.
Quería gustar, quería aceptación. Si mencionaba algo de tatuajes, me callaban con una mirada de horror. Si me pintaba los labios rojos «dónde vas así??». Me teñí las puntas de rojo «es horrible, ya no es tu pelo». Y acabé cortándome lo teñido.
No fue su culpa, fue de mi autoestima.
Casi pasó en paralelo. Cuanto más salía mi yo de verdad, menos le quería. Y menos me quería su familia. Ya no era la novia modelo para la familia modelo. Y yo, amig@s, me amé.
Cuando le dejé tardé exactamente dos semanas en tener el primer piercing, dos meses en hacer el primer tatuaje, seis en viajar por primera vez y un año en apuntarme a clases de baile. Mi maquillaje está lleno de labiales rojos y me he hecho mil virguerías en el pelo.
Nunca le he culpado. Todo fue culpa de mi autoestima. Y si lo estoy contando es para que a nadie más le pase.
Si alguien os dice «esto no me gusta de ti» entonces podéis responderle que esperas que tú puerta si le guste, porque es lo último que verán de ti.
No os dejéis influenciar por nadie. Quién os quiera, lo hará por como sois, no por como seáis a su gusto.