No quiero otra historia de amor 1

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    M2L on #208010

    Caminamos por el paseo hasta llegar a la cafetería frente la playa. Nos sentamos en la terraza, los árboles que había le daban sombra a esas horas. Pedimos unos desayunos especialidad de la casa. Aquellos desayunos a aquellas horas, nos servirían también de almuerzo. Al menos para mi.
    -¿Qué planes tienes para hoy?- me preguntó.
    – Disfrutar de la piscina. Creo que con todo lo que acabo de comer voy a tener suficiente hasta la cena. Y tú, ¿Qué planes tienes?
    – Pues no lo sé – su móvil empezó a sonar. Mirando la pantalla dijo – Perdona, tengo que contestar.
    Se levantó y salió de la terraza del bar. Lo observé caminar en círculos mientras escuchaba lo que le decían. Me perdí en sus movimientos, en sus gestos. En su camiseta ajustada a su cuerpo. En el movimiento de su mano libre al ritmo de sus palabras. En la forma que se tocaba el pelo mientras escuchaba. Como pellizcaba el puente de su nariz de vez en cuando, como intentando asimilar las palabras que le llegaban a través del móvil. En sus labios, en su barba de dos días. Me hubiera gustado disimular, pero me pilló mirándolo, mejor dicho, devorandolo a distancia.
    Colgó y regresó a nuestra mesa.
    – ¡Lo siento!
    -Tranquilo, no tienes que dar explicaciones –
    Le dio un sorbo a su café y sonrió, dibujando una arruga a cada lado de su boca. Marcando los pómulos y resaltando sus ojos castaño claro. El camarero se acercó peguntando si queriamos algo más. Pedimos la cuenta y salimos al paseo que bordeaba la playa.
    – si quieres te puedo recomendar algunos sitios que visitar – le dije
    -el recepcionista del hotel, me ha dicho que en el pueblo de al lado hay unas ruinas romanas, un castillo y no se cuantas cosas más. – se detuvo mirando hacia el mar – si te soy sincero, me apetece caminar por la playa. Donde vivo no hay playa ¿Me acompañas?
    -No, hoy no. Los paseos por la playa son para poner en orden los pensamientos. Es mejor ir solo. Te recomiendo que vayas solo, descalzo y que camines dentro del agua. Además esta tiene kilómetros para caminar.
    – ¿De verdad no me quieres acompañar?
    – No, en otra ocasión.
    Lo dejé quitándose las zapatillas y dirigiéndose hacia la orilla. Yo regresé al hotel.
    En mi habitación, abrí la maleta y cogi el bikini. Tengo una manía desde hace años, antes de ponerme el bikini, me aplico la crema. Así ala llegar a la playa, la piel ya la ha absorbido y evito quemarme. Trucos de tener la piel blanca y vivir cerca del mar.
    Ya en la terraza, vi una hamaca libre, me acerqué, dejé la toalla, el libro, las gafas y las chanclas. Necesitaba refrescarme. Me hubiera tirado de golpe, de bomba, como dicen mis hijos, porque necesitaba quitarme ese calor sofocante de mi cuerpo, pero creo que no les hubiera gustado al resto de clientes. A un lado había unas escaleras que te adentraban en la piscina. El primer contacto con el agua fue frío. Apesar que le daba el sol, el agua estaba fría. Fui entrando lentamente. Fui bajando los escalones hasta llegar al último, caminé un par de pasos en la piscina y me sumergi. No quería pensar en nada. Me deshice de todos mis pensamientos. Puse la mente en blanco. Me dejé acariciar por el agua. Dejé que el sonido del exterior, amortiguado por el agua, llegara a mi. Estuve así unos segundos y lentamente ascendi, hasta que mis pulmones se volvieron a llenar de aire. Salí de la piscina y me tumbé en la hamaca. Cogí el libro perdiendome entre sus páginas. Ya llevaba varios capítulos leídos, cuando tuve la sensación de ser observada. Retiré la vista del libro y con lo primero que me topé fue con su sonrisa al otro lado de la piscina. Con sus labios ligeramente abiertos, dejando al descubierto unos dientes blancos. Esas arrugas que enmarcaban su boca, resaltando sus pómulos y dibujando unas pequeñas arrugas que nacían en el rabillo de sus ojos. Se levantó de su hamaca y se sentó al borde de la piscina, me hizo un gesto para que me sentara a su lado, mi respuesta fue un no con la cabeza. Su torso desnudo hizo que volviera a mi ese calor sofocante. Intenté seguir leyendo, pero no me concentraba. Y volvía a buscarlo. Sus músculos marcados eran más interesantes que las páginas de mi libro. Intenté no moverme y hacer que seguía leyendo. Esperando que nadie pudiera ver mis ojos a través de las gafas de sol. Lo estaba mirando a él. Estaba en el agua, hablando con otros clientes. De vez en cuando miraba hacia mi.
    Así pasamos la tarde, con el juego de miradas y sonrisas. Ninguno de los dos se acercó al otro. Sólo nos mirábamos.
    Cuando los camareros preparaban el comedor para la cena, subí a mi habitación y me duché. Empecé a recoger la ropa y a guardarla en la maleta. Entonces vi el regalo de mis amigas. Sobre el papel habían escrito «por si surge la ocasión». Deshice el papel y apareció una caja de condones. Lance la caja de nuevo dentro la maleta, mientras pensaba en lo mal que estaban mis amigas. ¿Cómo iba alguien a fijarse en mi?
    Bajé al comedor, ya estaba cenando cuando lo vi sentado a dos mesas de la mía. Y de nuevo el juego de miradas. Después de cenar, salimos a la terraza. Mantuvimos la distancia, sólo miradas y alguna sonrisa.
    Subí a mi habitación. Me quité el vestido y me puse una camiseta larga. Me picaba la curiosidad, salí al balcón y lo busqué. No estaba en la terraza de la piscina. Di media vuelta para entrar en mi habitación cuando vi que se encendía la luz de su habitación y salía alguien al balcón. Me quedé en silencio, sin moverme, esperando que saliera alguien más, pero no salió nadie. Sólo él.


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