Os vengo a contar una historia que me ocurrió en plena cuarentena y me muero por contar pero me da vergüenza hacerlo a gente que me pueda ver la cara o conocerme…

Mi marido estaba trabajando (sí, como muchos currantes, su trabajo le requería estar al pie del cañón cuando estábamos todos confinados). Y yo, que sí estaba teletrabajando y hasta la mondonga de estar en casa sola, pues me quise dar un gustito.

Cogí el vibrador, me remangué la enorme camiseta-pijama, me quité las bragas, me puse porno y a darle marcha. Cuando llevaba un poquito, tocaron al telefonillo. “Qué oportuna que es la gente…” Dudé en levantarme, pero lo hice. Descubrí que era un paquete de amazon que el repartidor -cosas de la pandemia, seguro que algun@s lo habéis vivido-, me iba a dejar en el ascensor para que el paquetito subiera a mi piso él solito.

Como era un momentito de nada, me salí al pasillo del edificio con la camiseta que me tapaba lo justo, descalza, sin bragas y el chichi a medio chorrear. Abrí el ascensor, cogí mi paquete, y al girarme, vi que mi gata se había salido al pasillo también… es muy curiosona, y se sale cada dos por tres cuando me descuido. Lo que no me podía imaginar es que un golpe de viento iba a cerrar la puerta de mi casa dejándome a mí, sin bragas y sin zapatillas, con el chichi al aire, una camiseta roñosa, la gata y el paquete fuera de casa. “Oh Dios mío…” os juro que no me lo podía creer.

No llevaba móvil, y el porno me lo había dejado funcionando dentro de casa listo para seguir con mi rutina cuando recogiera el paquete…

Ahí fue cuando le toqué al vecino. Imaginaos la escena cuando abrió la puerta: yo con mis pintas, bajo un brazo, el paquete de amazon y bajo el otro, mi gata. Y yo pidiéndole entrar para llamar por teléfono. De cómo llevaba el pelo y esas cosas no os voy a hablar porque bastante cuadro era yo ya.

A mi marido le iba a ser imposible venir, así que tuve que llamar a mi padre. Esperé religiosamente a que llegara a rescatarme con una copia de la llave con lo poco que me dejaba mi dignidad, porque me asomaba la penca del culo por detrás y mi gata no paraba de subírsele a todos los sitios. Ella no es una gata miedosa para nada, él ponía buena cara pero entre que yo no me podía agachar a cogerla cada dos por tres porque enseñaba el potorro y que ella se volvía loca subiéndose a sillas, olfateando y dando vueltas… Menos mal que el vecino tuvo paciencia de santo. Pero qué mal rato…

Lo peor no acaba ahí, sino que cuando mi padre llegó tras un rato de espera que se me hizo eterno, me abrió la puerta y el vídeo seguía ahí puesto ahí en reproducción uno tras otro. Yo no sé si no lo quiso oír o qué, pero al abrir la puerta se escuchaban los gemidos. Y yo, con mi camiseta, mi paquete, mi gata, y mi ausencia de bragas y zapatillas, entramos para dentro con poquitas ganas de continuar la marcha. Os juro que no olvidaré este calentón en mi vida.

 

Anónimo