A estas alturas del año, lo normal durante las últimas dos décadas de mi vida (joder) era que estuviese ya nerviosa pensando en el disfraz de Nochevieja (cambia esto por vestido de cotillón en tu caso). Planeando a ver dónde hacíamos copas, qué fiesta molaba más o quién se encargaba de comprar la bebida.

Ahora pienso BUFF. Así sin más, de la noche a la mañana, no sabes cómo pero has decidido que se acabó. Que este año no te preocupas tú más de qué vestidazo ponerte para que a las 7 de la mañana parezcas ya una yonki desnortada con las medias rotas. Ni de irte a la pelu para acabar con el moñigo colgando y las horquillas clavadas. Ni de qué ponerte de abrigo, que nunca es suficiente y siempre acababas congelada en la vuelta a casa porque te lo han robado, esperando un puto taxi que nunca llegó.

Se acabó, que este año te quedas en casa viendo Cachitos y bailando con tus amigas en pijama, copa en mano y (muy importante) con los pies calientes. Copas, música, pijamas molones, pelucas rosas y gente que quieres. Gente que no te empuja ni se pelea en la barra por un cubata a 10 euros, sin babosos, ni ligues de los que arrepentirse.

 

Si en tu cabeza ya llevaba tiempo rondando la idea, ha bastado que confirmen a Putochinomaricón como primer invitado para que ya tengas la excusa perfecta.

– Oye, que este año vamos a beber en casa de Julia. Que ha invitado a peña de su curro y así. Dice que llevemos hielos.

– Ay no, es que tengo otro plan mejor, perdona, pero paso que he quedado con Putochinomaricón en pijama.

Y así ,mágicamente, otras amigas que llevaban años deseando que alguien propusiese quedarse bajo cubierto, en la supuestamente noche más divertida del año, se unen a tu plan. Y sabes que tu yo del pasado está mirándote boquiabierta, totalmente decepcionada y pensando «en serio, me voy a convertir en ese ser rancio? En serio???». SÍ, AMIGA, SÍ. ¡Y no sabes lo feliz que vas a ser!