El Papa Francisco ha afirmado lo siguiente:
‘Los homosexuales tienen derecho a estar en una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Lo que tenemos que hacer es crear una ley de uniones civiles. Así están cubiertos legalmente. Yo apoyé eso’.
Yo, personalmente, no sé muy bien cómo sentirme ante tal declaración, pues la verdad es que me produce una extraña mezcla de sentimientos. Por un lado, quiero pensar que es una buena noticia. Seas creyente o no, seas católico o no, el hecho innegable es que el Papa Paco es todo un influencer respaldado por una gran legión de seguidores, de modo que su gesto de apertura hacia la aceptación de los distintos tipos de familia va a llegar a muchos. A muchos de los que, a priori, están más cerrados en banda con respecto al tema.
Por otro lado, son los matices escondidos en sus palabras los que chirrían. ¿Es realmente necesario que un Papa confirme que los homosexuales también son hijos de Dios? ¿Alguien lo dudaba? Sé que sí, pero también sé que todo aquel cristiano que lo dude, se lo tiene que hacer mirar. ‘Tienen derecho a una familia’, eh… por supuesto, ¿gracias?
‘Crear una ley de uniones civiles’, claro, porque religiosas ni hablar, ¿no?
‘Así están cubiertos legalmente’. Y es que los homosexuales deben tener derecho a una pensión de viudedad mientras su difunta pareja arde en el infierno.
En parte me ha cabreado mogollón.
Y, en parte, me ha parecido valiente que el máximo líder de la iglesia en estos momentos ose hacer semejantes declaraciones, máxime si tenemos en cuenta que estas no van a sentar bien a una gran mayoría de sus compañeros de trabajo y a muchos de sus followers.
No obstante, no puedo evitar pensar en lo innecesario que tendría que resultar el mensaje y lo doloroso que es que, por desgracia, no sea así.
Es más, mi mentalidad europea del siglo XXI podría pensar que esta opinión del Papa Francisco es inútil e irrelevante, pero también es consciente de los millones de homosexuales que, hoy en día, viven ocultos bajo el yugo de la represión y el miedo en alguno de los numerosos países en los que la homosexualidad es delito, o que incluso está penada con la muerte.
Y siento vergüenza.
Y rabia.
Y miedo.
Y pienso en qué podemos hacer para que nuestros hijos crezcan en un mundo que no les juzgue por el sexo de las personas a las que amen.