Si en alguna de esas interminables listas de «cosas que debes hacer antes de los 30» figura el recibir una fotopolla sin esperarlo, yo puedo tachar esa casilla.

El día que me enviaron la primera y única fotopolla que llegó a mi teléfono móvil, yo estaba de viaje universitario durmiendo en una pensión con una compañera que nos metía prisa para levantarnos e irnos de visita cultural por la ciudad y otra que, como yo, intentaba no oír a la primera y que esa resaca que sentía no fuera de verdad.

Aún bajo las sábanas, estiré el brazo y cogí mi viejo móvil del suelo para ver si tenía algún mensaje y de repente, ¡una fotopolla en mi pantalla! Os juro que ni resaca, ni sueño ni ostias. Me espabilé al momento. No me preguntéis si la susodicha era grande o no, ya se sabe que en fotografía todo es cuestión de perspectiva pero lo que sí os puedo decir es que, en mitad del momento espabile, grité y le tiré el móvil a mi amiga para que flipara ella también.

¿Compartí la fotopolla?

Sí, porque hay una ley no escrita que dice que si te llega en compañía, se visualiza en compañía.

Lo confieso, nos reímos, comentamos la foto, la polla y hasta el calzoncillo/pijama/ovetetúasaberquées de cuadros que se intuía entre esa parte del aparato reproductor del susodicho y su mano, por que sí, en la foto se la sujetaba. ¡Cómo no! Segundos después, vuelvo a confesar, estaba apoyada en la ventana de la habitación muerta de risa imaginándome al remitente de la imagen fotografiándose su miembro. 

 

Juro que no debían ser ni las ocho de la mañana, que no hubo conversación previa que pudiera anunciar la llegada de una fotopolla y que el remitente era un amigo. Sí, un amigo, alguien al que le ponía cara antes que ver su polla, alguien con quién nunca había hablado de sexo y con el que hacía días que no intercambiaba ningún mensaje. Inocente, o ingenuamente según se mire, le respondí.

-Oye, creo que esa foto no era para mi.

-Sí, te la envíe a ti. 

-Sabes quién soy?

-Claro, me he puesto cachondo pensando en tus tetas, me he hecho una paja pensando en ti y quería compartirlo.

¡¡¡Boom!!! Y yo no volví a contestar. Eliminé la imagen de mi galería y me di una ducha rápida mientras una de mis compañeras gritaba «no vale tocarse, no vale tocarse». Muy normal todo.

Desde entonces, el fotógrafo y yo hemos coincidido en alguna cena, en algún vemourth pero a mi teléfono no llegaron más fotografías artísticas.

Anónimo

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