Creo que estaremos de acuerdo en que las historias de princesas Disney no tienen nada que ver con la realidad. Lo que en nuestra infancia nos podía parecer romántico y especial, ahora pasa a ser repulsivo, incluso ilegal.

Pero no vengo a hablar de besos sin consentimiento mientras una duerme, ni secuestros en un castillo francés por un ataque de ira bestial. Quiero reivindicar el papel de la antagonista más infravalorada de la compañía americana: Úrsula, la “villana” de La sirenita.

Si lo pensamos bien, la octópoda es una fémina empoderada que vive sola con sus dos anguilas (gatetes marinos) y está cabreada porque no le han dado la opción de reinar. ¿Os suena de algo? ¡Incluso en el océano tenemos techos de cristal! Además, sufre una especie de destierro (seguramente injusto) y solo quiere que Ariel se dé cuenta de que algunos hombres no son de fiar.

Recapitulemos un poco en esta historia bajo el mar. La protagonista sube a la superficie para cotillear la fiesta de un barco. Ve bailar a un morenazo que despierta su interés. La embarcación naufraga, la sirenita salva al chico de morir ahogado y mientras este recupera la conciencia en la orilla, ella le canta en plan moni y se va antes de que descubra que las sirenas existen. Fin. Pues la tía se enamora hasta las branquias y no se contenta con intentar encontrarle en Instagram o Facebook, quiere dejarlo todo para volverlo a ver.

El problema principal es que son de mundos distintos (un cliché omnipresente en los clásicos Disney), así que Ariel necesita ayuda para poder ir al lado de Eric. Y no se lo puede pedir a su padre Tritón, el dios de los mares, porque la castigaría sin salir de su concha un año y medio. Total, que decide ir a ver a nuestra amiga Úrsula. La mujer flipa un buen rato porque la idea de ir a por el príncipe no tiene ni cola, ni cabeza, pero al final decide ayudarla a ritmo de la mejor canción de la película

Aquí es donde empieza la magia, de primeras parece un plan egoísta y malvado, pero en realidad lo que nos enseña es que hay algunos hombres que nos prefieren calladas y sumisas. Y qué queréis que os diga, prefiero mil veces ser un poco gritona y apostar por el diálogo equitativo, que peinarme con un tenedor.

Las más literales del género me diréis: “Oye, que la tía no deja de ser una bruja que en sus tiempos la liaba como la que más”. Lo sé, pero ¿quién no ha sido un poco bruja alguna vez?. Además, una mujer con pelazo blanco y con tan buen gusto para vestir, no puede ser tan mala.

Laura Pons

@mrspons