Hace menos de una semana se estrenó la segunda temporada de Las Chicas del Cable, la primera serie española original de Netflix. Tengo que admitir que tengo sentimientos encontrados con ella. Cuando leí de qué trataba me resultó de lo más interesante y una apuesta segura: una serie protagonizada por mujeres que luchan por hacerse un hueco en un mundo de hombres y una trama que entrelaza a estas mujeres tan diferentes entre sí. Para más inri, se sitúa en los llamados felices años 20, década del siglo XX protagonizada por el Charleston, el libertinaje, el tabaco, el alcohol y la bonanza económica.

No voy a engañar a nadie, me gusta la serie, no voy a decir que sea LA SERIE (para eso ya tengo Stranger Things), pero creo que tiene todo lo necesario para que te enganche. En el caso de esta temporada la trama principal gira en torno al asesinato de uno de los personajes de la primera temporada, y tiene cualidades que yo aprecio en una serie. Para empezar, es dinámica, pues no aburre ni se detiene demasiado en ser minuciosa, la trama amorosa tiene jugo (sinceramente, ver  a Yon González peleando por el amor de Blanca Suárez recuerda a aquella pareja de El Internado que todxs Shippeabamos cuando ni siquiera existía dicho término) y lo más importante de todo, los personajes evolucionan, sus experiencias y vivencias les hacen cambiar su rumbo. Además, y no quiero hacer mucho Spoiler, el papelón que hace Ana Fernández me parece sublime, es como introducir a una joven de hoy en día en los años 20, no se calla una mierda.

Otra razón por la que rompo una lanza a favor de Las Chicas del Cable es que hace ver que la lucha por los derechos de hoy en día no ha surgido de repente, sino que detrás ha habido gente muy valiente que ha decidido que va a vivir su vida como quiere aunque les cueste el rechazo de parte de la sociedad o cosas aún peores, que se ven en la serie. Lo digo porque me pone bastante nerviosa escuchar a veces a gente decir «Joder, cada vez hay más gays/lesbianas/transexuales…» por que no, eso no es así, lo que sucede es que a día de hoy ya no tienen tanta presión ni miedo como para huir o esconderse tras una máscara (digo tanta porque es evidente que queda aún muuuucho por hacer). Se me olvidaba, un aplauso para los de estilismo, maquillaje y peluquería, porque lo clavan.

Sin embargo, y como ya dije al principio, tengo sentimientos encontrados. Si me pongo meticulosa podría decir que  no tiene ni pies ni cabeza que ambienten la serie en España cuándo el movimiento de los años 20 no llegó debido a que estábamos metidos de lleno en la dictadura de Primo de Rivera e íbamos unos 30 años por detrás que el resto de Europa y Estados Unidos. Pero entiendo que mostrar la cara bonita queda mejor. Lo que ya no comprendo es que hagan una serie ambientada y no metan música de la época. Mis esperanzas sobre la corrección de ese error de la primera temporada desaparecieron nada más empezar la serie. De verdad, es que no pega nada ver un salón de lámparas de araña, gente vestida de época, con vestidos brillantes y con flecos, peinados cortos y ondas al agua mientras escuchan de fondo el último single de Sweet California (sin ofender bellas, que me encantáis ;P).

En conclusión, si eres una persona que le gustan las series de época y con un toque diferente, si quieres ver a mujeres independientes y fuertes buscándose la vida como pueden y tratando de romper ese techo de cristal que a día de hoy sigue existiendo, aunque un poco más fácil de romper que antes, sin duda es una serie que te merece la pena ver.