CUMPLIR 40 Y DESCUMPLIR EXPECTATIVAS

 

En 2022, cumplí los temidos cuarenta. Esa cifra que te hace pasar de -añera a -ona (o a añosa, que dicen los médicos), aunque ahora hayamos puesto de moda el cuarentañera. Ese momento en que, dicen, te encuentras justo en la mitad de tu vida, aunque no tengo yo muy claro que, con mis achaques, vaya a llegar tan lejos. 

Cuando era pequeña, en el colegio, las niñas jugábamos a un mierdajuego que consistía en escribir en un cuadrado la edad con la que te vas a casar. «25» ponía yo, y me decían mis amigas que qué mayor (ellas andaban poniendo 20 como mucho). Decíamos también cuántos hijos íbamos a tener. ¡5, con premio! Hasta los dibujaba y les ponía sus nombres. Qué me meterían en los cuadernos que yo me lo esnifaba sin querer.

Pero llegaron los 25, yo estaba terminando la carrera y decidí irme al extranjero. Ni asomo de intención de casarme y de tener cinco niños, oiga. A los 30 andaba yo ya pensando más bien en que lo de casarme y tener niños lo dejábamos para otra vida.

Y aquí estoy, con 40, viviendo sola, sin hijos y con tres gatos.

Topicazo, ¿no? Si es que estoy acumulando gatos para que me dé tiempo de reunir suficientes, que la pensión de solterona con gatos no se la dan a cualquiera.

Para completar el panorama, tampoco tengo casa propia ni carrera de superejecutiva en traje y taconazos, pero solo porque no soy capaz de mantenerme encima de unos tacones con dignidad, que quede claro. Y tengo el primer trabajo estable en muchos años. Pertenezco a ese grupo que siente que, de repente, ha pasado de los 37 a los 40 en un abrir y cerrar de Covid… mi cabeza sigue en 2019 y soy cuarentanegacionista. Aunque sienta bien cuando me dicen que parezco más joven, pero ese comentario también se lo hacemos a las señoras de 75.

Los 40 son ese momento en que se te junta el acné con las líneas de expresión y las canas, los eternos dolores de regla con el hecho de saber que no vas a tener hijos, la afición por los delineados extremos y los párpados caídos o encapotados que se empeñan en ponerte trabas. ¿Puede haber edad más contradictoria que esta? A los 30, la sociedad (y tú misma) te dice que ya debes tener iniciado tu proyecto de vida personal.

Sin embargo, a los 40 se da por hecho que, si estás soltera y sin hijos, es porque has dedicado tu vida al trabajo y has alcanzado el éxito profesional. Qué cachondo todo. Ya hablamos a los 50 si eso.

En realidad,  lo único que me apena, en cierto modo, es no haber conseguido lo que yo quería ya de niña, ¡que yo tenía futuro!: vivir de escribir y haber viajado por todo el mundo, aunque aún tengo esperanza.

Para muchos, en la vida hay que hacer tres cosas: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Para lo segundo, vamos mal; para lo tercero, me concedo aún el tiempo de la prórroga; pero lo primero lo llevo de lujo, porque planto unos pinos espectaculares.

Tener 40 y no haber cumplido nada de eso que se esperaba de ti también tiene sus ventajas, y la principal es que la gente deja de esperar cosas de ti, por un lado, y a ti empiezan a resbalarte los comentarios, por el otro. Incluso tienes ya un listado de respuestas brillantes a preguntas impertinentes. Además, de repente, te das cuenta de que no solo se fijan en ti los de tu edad y los mayores que tú, sino que se te abre el mundo de los más jóvenes. ¿No lo habías pensado nunca, como me pasaba a mí? No te preocupes, ya están ellos para pensarlo por ti, ya sea porque les da morbo tu edad o porque te consideran interesante, también por tu edad; o porque creen que vas a morir antes y les vas a dejar la herencia (si queda algo). A sus ojos, te conviertes en una MILF (gatuna)… ¡y tú sin tener ni idea!

La seguridad en ti misma, seas como seas, también va en aumento, y eso sí es algo muy de agradecer, que ya bastantes piedras acariciaste por no valorarte lo suficiente. En este momento de la vida, ya sabes reconocer muchas cosas que no quieres y las reconoces de lejos. A nivel profesional, te das más cuenta que nunca de que estás en la edad perfecta porque reúnes conocimientos y habilidades que hace diez años ni veías, al mismo tiempo que sigues siendo rápida para aprender lo que te echen.

Y todo eso mientras te sigues poniendo vaqueros acampanados y camisetas como a los 20 años simplemente porque te da la gana… quizá con alguna tallita (o tallas) más, pero ahí estás tú sintiéndote como siempre.

Los 40 se veían tan lejos y llegan, vaya si llegan. Y es el momento perfecto para observarte mucho, analizarte poco y quererte más que nunca. La vida da mucho, pero también tú tienes mucho que aportar, siempre.

 

Helena con H