El día que me multaron por intentar salvarle la vida de un animal

 

Toda mi vida me he criado rodeada de animales. Empezamos dando cobijo a una gatita que tuvo sus crías en casa y llegamos a acabar como hogar de acogida de más de 30 gatos que no tenían hogar. Tenemos una finca y no solo hemos recogido gatos, también hemos tenido perros, gallinas, patos, ocas… ¡caballos! Mi madre ha traído pájaros heridos y yo he llegado a curar a ratones. ¿Qué os quiero decir con esto? Que en casa estamos “muy locos” y somos incapaces de girar la cabeza si vemos a un animal que nos necesita.

La importancia de una vida

Una noche, saliendo a cenar, pillamos la autopista y lo vimos. Bueno, lo vi yo, pero a mi marido le bastó que yo lo haya visto para colaborar en el plan. Había un gatito negro herido en el estrecho arcén que está en el lado de la mediana de la autopista. Arrastraba las patitas de atrás y a mí se me rompió el corazón. Me eché a llorar pensando en el destino fatídico que le esperaba: o los coches o el muro, sin comida ni agua y gravemente herido. Íbamos con mi hija pequeña y no nos parecía sensato pararnos en mitad de la autopista con ella. La dejamos en casa de mi madre, cambiamos el coche por la moto y nos plantamos en la mediana de una autopista sin luz en ese tramo.

Aparcamos la moto en el arcén y le pusimos los warnings. Mi marido llamó al 112 para que nos derivaran al SEPRONA o a quien coño fuese. Yo atendí al gato, aunque poco más podía hacer con él más que darle mimos y compañía. Tenía collar.

“¿Tanto rollo por un gato?”

Nadie nos hacía caso. Nadie venía a ayudarnos y en la moto no podíamos subir al gato. Me castigué muchísimo por haber decidido ir en moto, pero mi marido insistía en que no podíamos aparcar el coche en el carril de adelantamiento de una autopista en pleno funcionamiento un viernes por la noche. Tampoco podíamos cruzar alegremente los cinco carriles.

Ningún otro vehículo se paró ni tampoco parecía importarle demasiado a la policía ni a los centros veterinarios a los que pedimos ayuda. Llamamos a varios amigos y la respuesta era la misma siempre: “¿De verdad tanto rollo por un gato?”. Os juro que yo no podía dejarle ahí después de haberle visto agonizar. Desde el ayuntamiento nos prometieron que se acercarían con una furgoneta de ayuda y esperamos. Esperamos y esperamos hasta que falleció nuestro amigo el gato. Y, aunque estuve con él y le ofrecí consuelo y mimos hasta el último momento, me sigo culpando. No supe qué más hacer.

A pesar de que ya había fallecido, decidimos insistir con los trabajadores del ayuntamiento. Tenía collar, quizá chip y familia, y estarían preocupados. Otra hora más de espera y, al final, se presentaron. Con la policía y una multa.

Efectivamente, el animal tenía chip y pudieron localizar a su familia. A nosotros, nos multaron por haber puesto en riesgo, no solo nuestra integridad física, sino también la de otros conductores. Justo la idea de ir en moto era esa: no entorpecer el tráfico, no suponer un problema para el resto de vehículos, pero a las fuerzas de seguridad no les importó. Se preocuparon por nuestra vida, cuando nosotros nos mostramos precavidos y conscientes de todo lo que hacíamos en todo momento; sin embargo, no les interesó lo más mínimo la vida de un animal herido. Recaudar, sí. Eso sí vale más que cualquier gato atropellado.

 

María R.M