En cada paso que doy, me acuerdo de ti. No sólo porque avanzo pensando en que te sientas orgulloso. Literalmente, pienso en ti. Miro mi zancada grande, mis brazos balanceándose exagerados y veo que tengo ese paso de gigante por ti.

Recuerdo que de pequeña me agarrabas fuerte de la mano y que yo quería ir a tu paso. Pero un paso tuyo eran cuatro míos. Así que mi zancada se fue haciendo más y más grande. Pasaron a ser tres. Luego, dos. Y ahora por la calle caminamos a un mismo paso.

No me hacen falta días para acordarme de ti. Cada día lo hago, en cada paso y, también, en mucho más.

Cada vez me descubro más parecido contigo (lo de compartir mal genio y cabezonería no es nuevo. Sabemos que, en eso, salí como tú). Te veo en mis ojos, aunque tú los tengas claros, porque se nos achican igual al reír. También compartimos esas arrugas acostadas al lado de las ojeras y creo que nuestro ceño venía puesto con el apellido.

Alguna vez me has dicho que lo más difícil que has hecho, y haces, es ser padre. Que te has equivocado y lo seguirás haciendo. Pero no te has dicho los aciertos que creo que has tenido. Todos los sacrificios que has hecho por mí. Sí, hemos discutido, me he enfadado contigo, incluso me habrás castigado alguna vez, pero eso ya se me ha olvidado.

Lo que sí recuerdo, a pesar de los años y años, es que me decías casi como un secreto: “Fantasía vive en ti, Mireia. Que no se te olvide. Sólo tú puedes salvarla”. Que me repetías que lo único que tenía que hacer en la vida es tratar de ser feliz, que “lo imposible no existe” y que me cantabas el Lobito bueno una y otra vez hasta convertirla en una canción oficial en casa.

También me has pedido perdón por no haber sido cariñoso, porque no te salen los besos y abrazos todo el tiempo. Pero no lo veo así. Porque yo veo tu cariño en una charla de horas en la cima de un monte, en tus whatsapps dándome ánimo y fuerza o en cantar a gritos Héroes del Silencio en el coche.

Hace muchos años vivía grandes aventuras yendo a buscar fósiles contigo (el día que nos pilló esa gran tormenta sí que fue una aventura real). Ahora, en vez de buscar tesoros, nos contentamos con sentarnos a hablar mientras respiramos espliego y silencio. Pero podría decirse que se trata otra aventura, la de vivir.

Siempre me cantabas Palabras para Julia, esas palabras de un padre a una hija hablándole de la vida. Y lo que Goytisolo le decía a su hija, ahora te lo quiero contar yo a ti: “Entonces siempre acuérdate / de lo que un día yo escribí / pensando en ti / como ahora pienso”.

No, no me hacen falta días para acordarme de ti. En cada paso gigante, sé que estás.

Feliz día, papá. Y no lo olvides nunca: juntos salvaremos Fantasía.

Imagen destacada: Pexels