Todas tenemos un pasado del que no estamos orgullosas, en mi caso es una etapa entera.

De los 25 a los 30 o así, porque a partir de esa edad empecé a ir a terapia y todo cogió un poco de forma. Os voy a contar el momento en el que me di cuenta que se me había ido la olla completamente, el hecho que hizo que me pusiera en manos de una profesional. Todo esto, para mi desgracia, es 100% y una confesión en toda regla.

Que yo sepa siempre he tenido relaciones dependientes, y si no lo eran las relaciones, lo era yo. Ahora ya sé que viene por mi situación en casa, infancia y bla bla, y he podido trabajarlo, pero en ese entonces me dedicaba a encadenar una pareja tras otra, endiosar al novio de turno, pasar ansiedad, volverme posesiva y precipitar la relación a una ruptura, que solía ser catastrófica, hasta que me enamoraba de nuevo y vuelta a empezar. 

Con el protagonista de mi drama más vergonzoso, llevaba saliendo 18 meses, recuerdo que decía siempre 18 meses porque después añadía “me hubiera dado tiempo a dos embarazos”. Sí, ese era el nivel. Al año nos fuimos a vivir juntos y empezamos a tener crisis fuertes. 

Yo le conocí cuando él tenía novia, el típico cuento de “estamos mal” “quiero asegurarme de lo que siento por ti” “si esto va adelante la dejaré”, yo esperé y aguanté todo lo aguantable, hasta que finalmente la dejó. En ese momento eso me hizo sentir especial y feliz, pero cuando nos fuimos a vivir juntos y me empezó a poner las excusas que usaba con su exnovia para verse conmigo, entré en pánico.  

Le confronté directamente, pero él se ofendió y me expuso (demasiado) ordenadamente por qué eso no tenía ningún sentido, me acusó de querer boicotear la relación, me dijo que al parecer el compromiso de vivir juntos no era suficiente para mí y un largo etc. Yo no me lo creí, así que empecé mi momento CSI a mirar todas sus redes y buscar señales de con quien me la podría estar pegando. 

Un nombre se repetía bastante, algún like discreto, algún comentario, pero ojo de loca no se equivoca. Vamos a llamarla María. 

Descubrí que María iba al mismo gimnasio que él, que vivía en el pueblo de al lado, que tenía un pastor alemán y más cosas sin importancia. La puse en mi punto de mira y esperé el momento en el que pudiera mirar el teléfono de mi novio.  

La primera vez que quise mirarlo, él estaba en la ducha, busqué rápido en los chats de whatsapp y no había ninguna María, no me dio tiempo a mirar mucho más pero ahí pensé que él no era tan tonto y que seguro que me costaría un poco más. 

La segunda vez que pude, me fui directa a Telegram, ahí si que había un chat con María, pero no había conversaciones, las había configurado para que se borrasen. Ahí ya lo vi claro, pero necesitaba pruebas. 

Pasé unos días fingiendo que todo estaba bien y pensando en cómo podría conseguir plantarles cara, pero la vida me puso delante justo lo que necesitaba.

Cogí el coche para ir a comprar y me encontré una bola de papel arrugada, envuelta muy fuerte, en el fondo de la papelerita que tenemos ahí. La desenvolví y encontré un condón usado con un nudo. 

En ese momento, parecerá una locura, pero no me dolió. Me sentí aliviada porque ahora iba a poder desenmascararlo, me sentí hasta feliz, un ¡LO SABÍA! En toda regla.

Pero sabía que él aun podía intentar negarlo, después de tanto tiempo con narcisistas y expertos en hacer gaslighting, sabía que él era capaz de decirme que se había hecho una paja en el coche y por no manchar lo hizo ahí dentro. Así que ahí vino mi ida de olla. 

Guardé el condón en la nevera, en un bote en el fondo del todo. Pedí hacer el día de prueba en el gimnasio y me pasé allí varias horas hasta que vi a María. Como no sabía si ella me conocía, guardé las distancias, y a la que se descuidó, le robé su botella de agua y me fui volando de allí. 

Aquí ya os estaréis imaginando la continuación, pero sí. Me dejé un dineral, más del que pensaba, en hacer dos pruebas de ADN, una para determinar que el semen era el mismo que el de mi novio, para la que llevé pelo, y otra para comparar el ADN que había en la parte externa del condón con la saliva de la botella. 

Tardó bastante tiempo y estuve en tensión por si en el gimnasio había cámaras y me reconocían, pero cuando llegaron los resultados, antes de abrirlos ya sabía la respuesta: Los dos positivos. 

Ya tenía la prueba contra ese cabrón, pero no me atrevía a decirle que había hecho todo eso y a sus espaldas solo para demostrar que me ponía los cuernos. Me di cuenta que tampoco se lo había contado a ninguna amiga, porque me sentía avergonzada y no quería oír en voz alta lo que yo ya sospechaba de mi comportamiento, aunque en este caso tuviera razón con el chico. Ahí decidí que no le diría nada, y que a quien le iba a contar esto, era a mi terapeuta. 

A mi novio lo dejé diciendo que sabía lo suyo con María, y cuando empezó a intentar hacerme el lío, simplemente me mantuve firme y fría, le dije que estaba dando mucha pena y que se fuera. Tuvo varios intentos de hacerme creer que estaba loca, pero no lo permití, no entré en peleas ni nada, solo le decía que estaba retrasando lo inevitable y que se fuera. 

Cuando por fin se fue, empecé a ir a terapia. Hubo mucho que rascar y corregir, pero a día de hoy, escribiendo esta historia, puedo asegurar que ya no soy esa persona. De hecho, ya no hubiera llegado a tener esa situación, porque ahora ya me he dado cuenta de los patrones que estaba repitiendo al escoger pareja y no permito que ocurra. Pero desde luego, ya no tengo esa inseguridad ni esa necesidad de desconfiar y llegar hasta el fondo de las cosas. Si alguna se ha identificado con algún sentimiento en esta historia, te abrazo y te invito a que no sigas sufriendo. 

La terapia me ha cambiado la vida y puede cambiártela a ti también.

Anónimo

Envía tus movidas a [email protected]