Hace poco vi una película preciosa: «Hoje eu quero voltar sozinho» («Hoy quiero volver solo»), su título en España es «A primera vista». Es un película brasileña de hace un par de años.

Su protagonista es Leonardo, un chico adolescente que va al instituto, adorable y con una inocencia innata que le hace más adorable aún. Pero aún así no encaja bien con sus compañeros, se mofan de él y le cuesta integrarse, porque Leonardo es ciego. Es un chico muy valiente que quiere hacer una vida normal como el resto de sus compañeros a pesar de su minusvalía, porque para él eso no es un impedimento.

La historia comienza cuando un compañero nuevo llega a su clase. Se llama Gabriel. Un chico bellísimo y encantador por el que en seguida todas las chicas de la clase empiezan a interesarse, aunque eso Leonardo no lo puede ver. Gabriel decide sentarse detrás de Leonardo y desde ese mismo día una conexión nace entre ellos y se ofrece para ayudarle, ser su guía y sus ojos, sin importarle lo que opinen los demás compañeros. Le acompaña a casa dejando que le coja del brazo para no tropezarse, estudian juntos, le enseña a bailar… Le hace sentirse más seguro con el mundo.

Al poco tiempo te das cuenta, aunque no te lo cuenten, de que ambos están enamorados el uno del otro, pero ninguno se atreve a decirlo.

Una noche de madrugada, cuando Gabriel lleva de vuelta a Leonardo a su casa después de haberse escapado juntos a presenciar un eclipse lunar, Gabriel le dice que se ha dejado su sudadera en la habitación de Leo, que por favor se la lleve al día siguiente a la escuela. Leonardo entra en su casa de puntillas para no despertar a sus padres y llega hasta su habitación sin hacer ruido, y en ese momento ocurre algo que me pareció mágico.

A oscuras, aunque él vive en una oscuridad perenne, camina hasta la silla de su habitación donde está la sudadera de Gabriel. La coge muy despacio, como si fuera un tesoro delicado, la acerca con suavidad a su cara y la huele con una mezcla de deseo e ilusión, con una expresión tan bonita en su cara, como si fuera la primera vez que oliera su fragancia favorita, el olor de Gabriel. Lentamente se desnuda hasta quedarse en calzoncillos y se pone la sudadera con delicadeza, sintiendo su tacto en todo su cuerpo, tacto que no hace mucho estaba sobre la piel de su amigo y que aún conserva su esencia. Con ella puesta se tumba sobre la cama y, con la capucha de la sudadera pegada a su nariz para seguir sintiendo su olor, se queda dormido pensando en Gabriel, pensando en su amor.

La piel se me erizó durante esa escena. Mientras la veía pensaba en cómo el amor y el deseo no tienen que ver con la imagen ni con las apariencias, en que es algo mucho más profundo, que sale de dentro, de las sensaciones, de los sentimientos. Vi cómo Leonardo, un chico ciego, se enamora perdidamente de Gabriel sin haber podido ver su cara, ni su cuerpo, ni sus gestos, y cómo le deseaba mientras se ponía su sudadera que olía a él.

Y me pareció maravilloso ver un amor así, un amor puro, tan limpio y natural, sin estar manchado por cánones de belleza ni modas. Un amor auténtico. Un amor como deberían serlo todos. Un amor de corazón.

Ama, sin más, sin miramientos. Ama de verdad. Si tu corazón te dice que sí, es que sí, porque aunque la sociedad de hoy en día y sus modas a veces intenten convencernos de lo contrario, el amor de verdad, amigos míos, es ciego.

 

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