Comprar mi primer vibrador no fue un acto meditado. De hecho, estaba paseando por Barcelona y pasé por delante de una tienda erótica. Entré por pura curiosidad y me dije: “¿y por qué no te compras un juguetito?” Por entonces, no tenía ni la más remota idea de estos aparatos y cometí el Gran Primer Error: ir a por el más barato.

Reconozco que en muchos productos lo más caro no es siempre lo mejor, pero he comprobado que la ecuación es bastante fiel en el ámbito de los juguetes eróticos. Un vibrador caro es igual a buenos materiales, buen motor y buenas funciones. Yo siempre lo digo: es mejor usar las manitas mientras ahorras unos meses para luego hacer una buena compra.

Una de las primeras cosas que te preguntan cuando entras en una tienda erótica es: “¿cuánto te quieres gastar?” Y yo dije algo como “lo mínimo posible”. Porque es evidente que me iba a estrenar con los vibradores y no sabía si me iba a gustar. La dependienta me llevó a la zona low cost de la tienda y me enseñó varios modelos que no superaban los veinte euros. También me dijo que tenían vibradores recargables, pero yo a lo mío. Así fue como cometí el Gran Segundo Error: elegir un vibrador a pilas.

Quizá la cuestión de recargable vs. pilas es un poco subjetiva, pero a día de hoy no tengo dudas. A la larga, un vibrador con batería sale mucho más a cuenta. Porque te lo digo así de claro: me gasté más dinero en pilas que en el propio vibrador. Además, los recargables suelen ser más potentes y no disminuyen su intensidad a medida que se van gastando las pilas. Para que te hagas una idea de lo que estoy diciendo te he hecho un dibujo:

Piensa también en el medio ambiente y en la cantidad de pilas que vas a gastar usándolo. ¿No te entran remordimientos por la Madre Tierra? A no ser que le des uso solo una vez al mes, estarás atentando contra la naturaleza.

Vibrador barato + a pilas = INEVITABLEMENTE RUIDOSO. Sin querer, había cometido el Gran Tercer Error: comprarme un vibrador que hacía más ruido que mi abuela pasando las verduras por la minipimer. Aunque de eso no me di cuenta hasta que llegué a casa. De verdad, hacía tantísimo ruido que me quitaba hasta las ganas de masturbarme.

Encima, estaba pendiente por si mi compañera llegaba al piso y no oía la puerta. Seguramente, hasta que se asomara a mi cuarto (y me preguntara qué coño estaba haciendo con el taladro a esas horas de la noche) no me habría imaginado que había alguien más en casa.

Entre una cosa y otra hice la MEJOR compra de toda mi vida, vamos. Tenía un trozo de plástico que hacía brrr que aseguraba ser perfecto para estimular el punto G y ni siquiera llegaba. Pero es que no acaba aquí: porque todavía cometí el último error que podría resumir los tres anteriores: Gran Cuarto Error: comprarme un vibrador de mierda. Para empezar, aquello solo tenía dos opciones, ON y OFF. O todo o nada. O blanco o negro.

Joder, ¿y si quieres empezar poco a poco y luego ir subiendo la intensidad? ¡Pues no! ¿Quieres eso? Pues usa los dedos. Entonces ya no sé para qué me compré un vibrador.

Aunque lo peor no fue eso, no. Lo peor fue una vez que, no sé cómo, se me cayó de las manos y se estampó contra el suelo. Todas las piezas desperdigadas por el suelo de la habitación, el motor en una esquina, el cierre por otra, la pila riéndose de mi cara desde el pasillo… Y lo más divertido es que intenté volverlo a montar.

Yo, que no había sido capaz de desmontar y montar un boli Bic en la vida.

De mientras, pensaba en los quince euros que había malgastado y aquello me motivaba un poco para montarlo con más ganas.

¡Sí, al final lo arreglé! Pero desde entonces, hace más ruido que antes.

Por Thais Duthie