Ha llegado marzo y con él los sorteos y los descuentos por el día de la mujer. Hay que joderse.

Desde hace unos años no son pocos los descuentos y sorteos que llegan a mi bandeja de entrada para festejar ese día cuando en realidad no hay nada que festejar.

No quiero que me regalen flores, donuts en forma de corazón o participar en el sorteo de un teléfono de última generación. No quiero que me etiqueten en sorteos de viajes, que se me llene la bandeja  de entrada de descuentos en mis webs favoritas, que dejan de serlo desde que me llegan esos mails, o que me feliciten por la calle porque es nuestro día.

Esto no va de fiestas por mucho que las batucadas hayan llegado a las manifestaciones para quedarse.

Esto va de hermandad, de unión, de vencer al miedo en comunidad, de sentir orgullo. Va de emocionarse junto a una desconocida, de sonreír al ver a las nuevas generaciones con las cosas claras, va de libertad. De ser hermanas aunque no compartamos apellido.

Quiero que me acompañen en las reivindicaciones, que me ayuden a crear mi pancarta para la manifestación y que caminen a mi lado.

Yo celebro todo lo que haya que celebrar pero es que en este día, aún queda mucho que reivindicar.

En estos tiempos, en los que las mujeres hemos despertado y todas tenemos claro que la revolución será feminista o no será, me ofende a lo grande que la panadera del barrio saqué una oferta de 2×1 el 8 de Marzo para festejar que somos mujeres. Olé tu coño moreno, que diría una que yo me sé.

No quiero que me felicitéis por ser mujer, quiero que me acompañéis en esta lucha que no ha terminado.

Que no, que no es una fiesta ni debemos ser cómplices para que termine transformándose en ello.

El 8 de Marzo dejémonos de regalos y boniteces, de rosas sin espinas y centrémonos en lo que realmente nos importa:

Salgamos juntas a la calle, por nosotras y por las que ya no están para dejar claro al mundo que no somos inferiores a nadie. Que hemos despertado.

Llenemos las carreteras de sororidad.

Luchemos para que esas niñas de hoy no regresen a casa un mañana con las llaves en la mano. Ojalá ellas se extrañen cuando les contemos que hubo unos años en los que mandar mensajes de wass diciendo «ya estoy en casa» a tus amigas era la normalidad.

Gritemos al mundo que podemos y debemos, que el género no debe marcar el salario y que con tacones también se puede pisar fuerte.

Nos vemos en las calles.