Tener hijos puede ser agotador, dulce, divertido… pero sin lugar a dudas criar a un niño es una locura. Los peques son sinceros hasta la médula, y eso da lugar en muchas ocasiones a momentos en los que no sabemos donde meternos. Ellos siguen a lo suyo como si nada hubiera pasado, y ahí nos quedamos los padres, con cara de circunstancia e intentando dar una explicación coherente (que, dicho sea de paso, nunca tenemos).

Hoy os traemos una gran recopilación de instantes “tierra trágame” para que vayáis tomando nota de todo lo que puede dar de sí la sinceridad de un retoñito…

“Nuestro carnicero habitual es un chico joven totalmente calvo. Mi hijo de tres años en varias ocasiones me preguntaba por qué no tenía pelo, y yo siempre le respondía que hay gente a la que se le cae y que no pasa nada. Se ve que mi explicación no parecía convencerle, porque un buen día salía el carnicero de la cámara frigorífica y mi hijo le preguntó: “Oye, ¿ahí dentro es donde guardas el pelo?”.

“Lo pasé realmente mal durante varios días ya que mi hija de dos años decía que le dolía la zona baja del vientre, le preguntabas dónde era el dolor y su respuesta siempre era la misma: “me duele el chocho”. Me moría de la vergüenza solo de imaginarme al pediatra preguntándole dónde le molestaba y a ella respondiéndole tajante que en el chocho.”

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“Tengo dos hijas, de siete y tres años. Un día mientras yo esperaba para pagar en el supermercado las dejé a ellas adelantarse para jugar. Mi hija pequeña, desde el otro lado de la caja, me empezó a pedir un chupa-chups y yo le dije que no. Ella en seguida se quejó y de pronto me dijo, “quiero el mismo chupa que el de mi hermana”. Yo le respondí que su hermana tampoco tenía ningún caramelo. A lo que la cajera añadió: “sí lo tiene, la acabo de ver coger uno y metérselo en el bolsillo”. ¡Tierra trágame!”

“Domingo por la mañana de paseo con mi marido y mi hijo de tres años. Caminábamos por una de las calles más transitadas de la ciudad cuando nos encontramos a una señora conocida de mi abuela que, siento decirlo, es bastante pesada. Después de diez minutos de charla mi hijo empezó a impacientarse porque quería seguir con el paseo. La mujer no hizo ni caso y continuó contándonos todas sus penas. De pronto veo que mi hijo se mete un dedo en la nariz y se saca un tremendo moco, intenté ser rápida para encontrar un pañuelo y limpiarlo, pero él no tardó nada en pegárselo en una pierna a nuestra amiga. Quería morirme…”

“Estábamos comprando en el supermercado. Aquel día habíamos salido solas mi hija de dos años y yo. En medio de la tienda ella decidió que quería unas galletas que jamás le han gustado, y ante mi negativa para comprárselas empezó a gritar y a llorar como si se le fuera la vida en ello. Estábamos esperando en la pescadería cuando, de pronto, la vi acercarse a mis piernas con rabia. Tiró de mis pantalones de chándal con tanta fuerza que allí me dejó, cargada con la compra y en bragas.”

“Hace tiempo tenía un pequeño comercio y mi hija de tres años pasaba allí muchas horas conmigo. Tenía un par de clientas bastante pesadas, de esas que le sacan punta a todo, y la verdad es que tanto la chica que trabajaba conmigo como yo comentábamos la jugada una vez que salían por la puerta. Un buen día estando yo sola atendiendo junto con mi hija que dibujaba en una esquina del local, apareció una de las susodichas. Rápidamente se acercó a saludar a la niña, que estaba muy concentrada en su dibujo. “Hola bonita, pobre que te tienen aquí siempre encerrada en lugar de llevarte al parque”. A lo que mi hija muy seria respondió: “¡Ay señora! Si cuando dicen que eres una tocahuevos es por algo…”

“En el cole de mi hijo de cuatro años estaban aprendiendo a distinguir entre niños y niñas. Les enseñaban las diferencias en la anatomía, por lo que él en seguida se dio cuenta de que siendo un niño tenía pene, y no como las chicas. Un día entramos en una cafetería y me encontré con mi jefe, que en seguida saludó a mi hijo acercándole la mano y preguntándole su nombre. A lo que mi hijo respondió: “Me llamo Tomás, y no tengo vagina”.

“Estábamos de compras en un centro comercial y mi hija de dos años me pidió para ir al baño. Entramos y en seguida me di cuenta de lo mal que olía allí dentro, pero no quise decir nada delante de la peque ya que imaginé que había alguien haciendo de vientre en uno de los baños. Juntas nos metimos en uno de los servicios cuando gritando mi hija suelta: “Por favor, hay que terminar pronto, ¡aquí huele mucho a caca, vamos a morir!”

“Cuando llevo conmigo a mi hija de siete años al trabajo tiene la manía de preguntarle a todo el que viene a comprar por su nombre, apellidos y edad. Normalmente todos le siguen el juego porque ya la conocen. El otro día vino uno de mis clientes, es un señor mayor de unos setenta años, y cuando mi hija le fue a hacer la ficha correspondiente él le dijo que tenía veintinueve. Ella tomó nota y siguió a lo suyo. A los cinco minutos llegó otro cliente, esta vez más joven, y le dijo que tenía treinta y nueve. Mi hija puso cara de circunstancia pero volvió a su mesa. Mientras estaba yo atendiendo a ambos, se acercó ella papel en mano y con cara de pocos amigos soltó: “¡Ey! Aquí hay algo que no entiendo… ¿Por qué tú que eres mucho más viejo tienes menos años que él que no es nada mayor?”