Si actualmente me preguntaran con qué momento de la maternidad me quedo después de estos dos primeros años criando a la pequeña Sofía, realmente no sabría qué contestar. Desde su llegada, tanto mi vida como la de mi pareja, han dado un giro tan extremo que en alguna ocasión hemos tenido que agarrarnos muy fuerte para que la corriente no nos desestabilizase.

Lo mismo que nos ha ocurrido a nosotros es lo que viven a diario muchísimos padres, ante todo primerizos, que a pesar de creerse preparados para cualquier cambio descubren con sorpresa que absolutamente todo es nuevo y que nada está escrito.

Nuestra casa no es la que era, el orden y la organización han pasado a un muy lejano segundo plano, nuestras prioridades son ya por y para esa pequeña personita. Ella y su caos reinan ahora nuestro día a día, y mágicamente a pesar de todo, nos tiene completamente conquistados.

Mucho se habla de cómo vivir la maternidad, cómo adaptarse a ella, y todo se plasma a través de imágenes repletas de ternura y perfección. No hay dos casos iguales, pero lo que está más que demostrado es que tras esa pantalla de besos y abrazos impecables se encuentra una realidad repleta de locura. Y es que, de verás, está es nuestra nueva vida.

«Mami, ahora tú eres la princesa, pónete la corona ¡así!». Y de este modo obtuve mi reino según ella.

 

¿Peligros? Ninguno… Bloquear cajones y puertas se ha vuelto tan importante como el comer.

 

Cambio de roles. Muchas veces las comidas terminan de esta guisa…

 

Cocinar a una sola mano, habilidades que una aprende para poder sobrevivir.

 

Y así es como descansa una madre, al menos como lo intenta.

 

¿Sofá-peli-manta? Misión imposible. Efectivamente, eso que veis, es un mordisco en plena teta.

 

De pronto, tomar el te a cualquier hora es una cita ineludible.

Aprendemos a extraer el aspecto positivo a todo, y en el fondo todas estas vivencias también nos enseñan a nosotros. Cada paso, cada trastada, cada berrinche por sorpresa… Al final, nos quedamos con todo.