Se que sonará un poco brusco, pero es así.

Cagar es una necesidad básica del ser humano, no lo digo yo, lo dicen los libros de ciencias naturales de primaria. Desde que el mundo es mundo la gente va a hacer sus necesidades y poco le importa a tu cuerpo donde estés, que si te entran ganas de cagar en medio del monte te apañas como puedes y lo haces. Puede que aguantes un tiempo, pero amiga, esto es como los pedos, en cuanto hagas pop ya no hay stop.

Digamos que tuve una etapa en Tinder bastante interesante en la que quedaba todas las semanas con algún que otro maromo. Solíamos tomar algo, ir a cenar y luego si la cosa se ponía interesante… En fin, estaba claro que, por mucho que yo no quisiera que pasase por no cortar el rollo y por eso de que los temas escatológicos en las primeras citas no suelen triunfar, a mi estómago le iba a dar igual.

Total, que un día fui a cenar con un morenazo de aúpa que te quitaba el aliento, con tan mala suerte que la cena me sentó como una patada en el culo y mi estómago no quería esos alimentos dentro. Así que, con todo el arte que pude tener en ese momento, me fui al baño diciéndole a mi cita que me iba a retocar el maquillaje, que volvía en seguida.

En realidad, caminé con normalidad hasta que quedé fuera de su ángulo de visión y empecé a correr más rápido que Usain Bolt. Llegué al baño de milagro. Tardé un rato considerable por lo que al salir el buenorro que estaba esperándome fuera me dijo «Mira que tardáis en arreglaros las mujeres eh».

Cariño, no soy yo la que lleva medio bote de colonia encima y el tupé sin un pelo de fuera.

Me dieron ganas de soltarle un zasca, pero la verdad es que estaba un poco cachonda y no quería quedarme sin la fiesta de después.

Al salir del restaurante nos fuimos a su casa y en medio de todo el magreo me dio un retortijón de agárrate y no te menees. Esperé a ver si se me pasaba, pero no, así que le dije a mi cita que iba a darme un agua antes de entrar en acción.

De lo que no me había dado cuenta era de que en su pisito de soltero solo había un baño, ¿y sabéis donde estaba?, pegadito a la habitación. Ni abrir el grifo hasta los topes sirvió para ocultar los fuegos artificiales que hubo en ese baño.

Cuando por fin me digné a salir, entré en la habitación con la poca dignidad que me quedaba, cogí mis zapatos y me fui por patas de su casa. Lo bloqueé en WhatsApp e Instagram y recé por no volver a encontrármelo nunca.

Esa cita me costó una semana de gastroenteritis y aún encima me quedé sin polvo.

Yoliconguito.