Llorar, tan necesario y tan lleno de vergüenza.

Llevo llorando desde antes de terminar con esto, desde que la simple idea de no tenerte en mi vida empezó a hacerse cada vez más cercana.

Llorando desde que te escribí decidida a cambiar esta relación, aunque esta pudiese acabar.

Llorando desde que efectivamente tu reacción no fue la de seguir adelante.

Llorando desde que, en la misma discusión una y otra vez, nos distanciábamos más.

Llorando cada vez que te leía tan fría, tan lejos.

Llorando sabiendo que mi alma gemela se estaba despegando de mí.

Llorando desde que la soledad empezó a acercarse a mi puerta.

Llorando desde antes de que decidieses dejar de luchar.

Llorando desde que supe que no te vería más.

Llorando desde que ya no estás aquí.

Llevaba tantos años sin llorar que no recordaba lo que era tener un puñal en el pecho, un dolor tan grande que no te deja respirar. Un vacío tan existencial que te hace replantearte quién eres y qué has venido a hacer a esta vida. De repente todo es silencio y oscuridad, los días tornan fríos y no hay abrazo que te saque de ese estado gélido.

Hasta que un día no puedes llorar más, de repente estás seca, sin fuerzas para poder seguir arrastrando lo que pudo ser y no fue, un punto y final que te recuerda que todo es finito en esta vida.

Y es entonces cuando miras atrás y, lejos de llorar, agradeces. Agradeces cada segundo vivido, cada sonrisa regalada, cada abrazo al encontrarnos, cada lágrima en largas noches de “siempre estaré ahí”, cada despedida. Porque aunque nada es para siempre, esos momentos sí lo son, esos recuerdos que tanta fuerza me han dado para llegar hasta aquí hoy son la prueba de que el amor todo lo puede, incluso habiendo acabado.

Si la vida me ha enseñado algo es que no hay mal que dure 100 años, ni persona que lo aguante y, aunque no veía mi vida sin ti, hasta aquí llegan mis lágrimas, hasta aquí llega mi dolor, hasta aquí llega mi pausa, hasta aquí llegamos.

No hay muchas personas que puedan entender este dolor, esta relación, pero tampoco nos hace falta. El amor no entiende de géneros ni de relaciones convencionales, el amor simplemente se siente.

Porque de amor nadie se muere pero, ¿qué sería de esta vida sin amor? Tendré que descubrir de momento lo que será de la mía sin el tuyo.

Anónimo