A mi, que soy una persona hipermegarequetesocial, que necesita relacionarse con las personas casi tanto como el agua para vivir, ha venido estos días Adrián para recordarme que, a veces, se está muy bien solo.

¿Quién es Adrián? Adrián es un chaval de 13 años que vive, y es el único niño,  de un pequeño concejo de mi Asturias querida. Un concejo que guarda en la actualidad parte de la esencia de Asturias: mucho verde, mucha tranquilidad, ganadería, paisajes dignos de ser el fondo de pantalla de cualquier versión de Windows y mucho paraíso, pero yo no he venido aquí a haceros promoción turística. Al menos no hoy.

El chaval en cuestión, sólo ha necesitado una frase para saltar a la fama y que en todos los lados se hable de él.

https://twitter.com/empercutio/status/1106665109643055106

 

-¿Te gustaría que hubiera más gente de tu edad en el pueblo?

-No

-¿Por?

-Porque estoy muy a gustu solu, sin que nadie me toque los cojones

¡BOOM!

Minutos después de la emisión del programa, Adrián se hacía viral, sin pretenderlo y, me atrevo a decir, que sin esperarlo.

Su pose, su naturalidad y su contundencia al responder al periodista hicieron que el «guaje» fuera admirado y odiado a partes iguales.

Admirado por los que se declaraban fan de él, por los que defienden aquello de «las cosas claras y el chocolate espeso», por los que en un mundo lleno de postureo sonríen ante el más mínimo atisbo de naturalidad. Querido también por esas personas que comparten ese placer de estar solos, por las gentes que opinan que mejor sólo que mal acompañado y  otros tantos. Admirado al nivel de que alguien ha sido listo y ya hay hasta camisetas con su frase.

Odiado por muchos, por los que dicen que es un viejoven, que debería relacionarse con gente de su edad, que con 13 años uno no debería expresarse así, que es demasiado joven para trabajar en el campo y con el ganado. Odiado por un montón de gente que ha utilizado las redes para criticar toda la vida de ese chaval y de los que le rodean.

Confieso que me reí a lo grande cuando alguien me envío el vídeo, pero no le di más importancia. Me reí de lo bien que representa a parte del paisanaje asturiano, que somos muy abiertos y sociables pero sólo si queremos y con quién queremos.  Me reí, lo compartí y  entonces pasaron las horas y de repente había hasta «peleas» en las redes sociales a favor y en contra de Adrían. ¿En serio?

Vamos a ver, en sólo 2 minutos sabemos que Adrián va al instituto, por lo que se relaciona con gente de su edad, que después de las clases echa una mano a sus padres con el ganado como han hecho muchísimas generaciones de asturianos, que lava «su» coche y que su mejor amigo es su perro. Intuimos que Adrián es feliz, al menos yo. No me preguntéis porqué ni en qué pero se lo noto.

Y entonces, basándonos sólo en eso, todos con nuestras vidas perfectas, entramos a criticar su vida, para bien o para mal, pero ahí estamos, juzgando.

Juzgamos más que vivimos, y eso es algo que deberíamos cambiar.

Hoy he leído muchos comentarios en las redes y, confieso, me he cabreado a este lado de la pantalla.

¿Cómo no va a estar muy tranquilo Adrián sin que nadie le toque los cojones si a veces, lo único que hacemos las personas son tocarlos?

Adrián, yo te entiendo. A mí, que como dije al principio, adoro socializar y relacionarme casi por encima de todas las cosas, me has recordado que a veces uno quiere y puede estar solo, sin que nadie le toque los cojones.

Que yo no me hubiera expresado como él, que me hubiera ido por las ramas y, probablemente, terminaría usando palabras que suenen más bonito pero a veces es necesario que alguien ponga sobre la mesa cuarto y mitad de naturalidad. Y de claridad.