Desde pequeñitos aprendemos a dar las gracias por educación. Lo que no nos enseñan es que la palabra “gracias” proviene de gratia, que en latín significa alabanza dedicada a otro sin más. 

Nos dicen que demos las gracias porque nos aguantan la puerta al salir o después de que un compañero nos invite a una galleta. 

Es muy guay ser agradecido, pero ¿y si, ya como adultos y personas de bien (o no),  vamos un paso más allá? A ver quién es capaz de dar las gracias sin reconocer ningún favorcillo, osea agradecer porque sí, por lo que nos viene dado en la vida sin pedirlo.

Y no hablo solo de saborear un vino blanco después de una tarta sacher que quita el sentido o de leer cuatro páginas de ese libro que tengo medio olvidado en la mesita de noche. No no, hablo de agradecer lo que no nos gusta (en este punto igual hay algún corto circuito en la sala y alguien se queda a oscuras…)  ¿Agradecer lo que no nos gusta? ¿Y eso cómo se hace? ¿Y para qué sirve?

 

A ver, que yo hablo por experiencia y, desde mi humilde vivencia subjetiva, puedo decir que yo sí he podido agradecer, a veces, hechos que me han generado mucho malestar. Eso sí, hay que aprender a confiar en el proceso y saber que cuando estamos pasando momentos jodidos, esos momentos van a ser muy necesarios para los aprendizajes que van a venir después, y como para muestra un botón, voy a poner un ejemplo y así se va a ver más claro.

 

Pongamos que me gusta mucho escribir poesía, imaginad que estoy en mi casa, en la cama, un domingo por la noche, antes de dormirme sabiendo que al día siguiente me toca trabajar en una oficina oscura, que no me gusta nada y en la que no me siento para nada valorada. Cierro los ojos y me imagino como la gran poeta del siglo XXI y me veo recibiendo premios y pasando las noche en vela con una tenue luz iluminando las hojas de papel perfumadas en lavanda, mientras la inspiración se apodera de mis manos y no puedo parar de crear poemas a diestro y siniestro.

Vale, vuelvo a mi cama y la realidad me supera, me empieza a dar taquicardia y noto la ansiedad apretándome en el cuello… Yo no soy, todavía, nada de eso que me he imaginado y mañana otra vez a la oficina oscura…mi mente se convierte en pesadilla. Socorrooooo!

Está bien, así puedo tirarme meses, años, incluso una vida. La palabra “todavía” juega un papel clave en todo este entramado de emociones, imaginación y ansiedad. Y es así porque aporta un atisbo de posibilidad de cambio. 

Está claro que es una situación muy dura y en la que muchos nos encontramos infinidad de veces. Sentirme agradecida me va a hacer ver las cosas desde un enfoque muy distinto porque confío en que esa oficina oscura va a ser el motor para mi cambio hacia esa realidad tan diferente que quiero vivir.

Es decir, primero acepto que trabajo en un sitio que no me gusta y me siento agradecida por todo lo vivido, entendiendo que no sentirme valorada ha servido para darme cuenta que la primera que ha de valorar mi vida soy yo misma.

 

Y así, como quien no quiere la cosa, vamos poniéndole un poco de salsita a la vida, diciéndole, despacito, bye bye a la ansiedad aunque sea por momentos, porque amigas, nos meremos más que ir pasando por la vida como pollos sin cabeza.

Vero Sarabia